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Oración al Hijo

Lecturas devocionales para Adultos 2019

Aconteció que cuando todo el pueblo se bautizaba, también Jesús fue bautizado; y orando, el cielo se abrió […] y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia.

Lucas 3:21, 22.

La purificación del fuego del Espíritu es el fruto de la obra del Mesías, y depende de la libertad del hombre aceptar o rechazar esa obra universal. Todos son llamados a recibir al Espíritu, pero no todos eligen recibirlo. Por eso, esa obra universal se convierte, por la voluntad del ser humano, en una obra selectiva. No son hijos de Dios todas las criaturas humanas, sino solo quienes han aceptado al Hijo (Juan 1:12). El mensaje de Juan dividió a la humanidad en dos clases: los que se someten al bautismo del fuego del Espíritu Santo (Luc. 3:16) y los que lo rechazan.

La imagen de la cosecha implica una verdad solemne: “Su aventador está en su mano, y limpiará su era, y recogerá el trigo en su granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará» (vers. 17). Cada uno de nosotros decide ser paja o trigo, de acuerdo a si aceptamos o rechazamos la obra del Espíritu Santo en nuestro corazón.

Luego, el texto nos habla de la valentía de Juan, que denuncia la corrupción de Herodes y no teme las consecuencias (vers. 18-20), para finalmente dirigirse al bautismo de Jesús (vers. 21, 22). Nuestro texto dice: “Y orando, el cielo se abrió” (vers. 21). La oración abre los cielos. Entonces se escuchó la voz del Padre, como sublime respuesta a la oración de Jesús. La voz celestial habló directamente al corazón del Hombre Jesús. En ese momento de su vida, el Hijo necesitaba una mayor certeza de su filiación divina. Necesitaba algo más que el testimonio de su madre, María, quien había recibido la visita del ángel Gabriel para anunciarle que daría a luz al Hijo de Dios (Luc. 1:35).

La voz celestial nos dice que Jesús está en una relación de parentesco sin parangón con el Padre, y que toda su naturaleza y sus actos son objeto de la complacencia divina. También nos dice que, gracias a esa filiación, tú y yo podemos ser hijos de Dios.

¡Eres hijo de Dios! ¡Coheredero con Cristo de las mansiones eternas! ¿Aceptarás tu herencia?

Oración: Gracias, Señor, porque en tu Hijo somos tus hijos.