Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.
Mateo 28:19, 20.
En 1853, en medio de la Guerra de Crimea, hubo alguien que llegó a ser indispensable. No fue un general, ni un soldado, sino una mujer llena de amor y bondad hacia el prójimo, quien con valentía enfrentó las burlas y los prejuicios de aquella sociedad machista asistiendo a los soldados heridos en batalla.
Esta mujer de valor y voluntad indomable transformó la enfermería en una profesión de respeto y admiración.
Todo comenzó el 7 de febrero de 1837, cuando Florence Nightingale, una joven de clase media alta, recibió la visión que cambiaría su vida. Solo tenía 17 años, y aunque estaba destinada a una vida de lujos y comodidades, solo pensaba en ayudar a la gente necesitada. Sus padres deseaban que pronto se casara y se convirtiera en una gran dama, pero ella sabía que Dios la llamaba para otra misión.
Una tarde, en el patio de su hermosa casa, Florence vio una luz radiante y escuchó una voz que le afirmaba que su vida le pertenecía a Dios, y que había una tarea muy importante que realizar. Ella no sabía de qué se trataba, pero de algo estaba segura: Dios la estaba llamando a servir ya mitigar el dolor humano.
Muchas mujeres a lo largo del tiempo han sido llamadas a servir. ¿Sabías tú que una joven llamada Elena Gould Harmon también fue llamada por Dios a la misma edad que Florence Nightingale? La clase social a la que pertenecían era diferente, pero ambas recibieron un llamamiento que impactaría al mundo entero.
Independientemente de la clase social a la que pertenezcamos, Dios nos envía a cumplir la misión expresada por Jesús en Mateo 28:19, 20. Todos tenemos el mismo privilegio y la gran encomienda de predicar el evangelio a un mundo que perece; de servir donde nos necesiten. Pero no se trata de quién eres sino de querer hacerlo.
Dios llamó a Florence a salvar vidas y a Elena a fortalecer la fe de muchos. Y tú, ¿ya sabes para qué te ha llamado el Señor? ¿Responderás a su invitación? -LCh