Categories

Archivos

El llamado a aborrecer el mal

Matutinas para Mujeres 2020

«Todos los que invocan el nombre del Señor han de apartarse de la maldad»

(2 Tim. 2: 19).

Durante más de treinta años, un hombre deambuló por las calles de una concurrida ciudad, hundido en las drogas y el alcohol. Vivía un vida sin propósito; tenía una conciencia cauterizada; era una sombra de lo que podía llegar a ser. Hasta que, un sábado, sintió que Jesús mismo lo invitaba a entrar a una iglesia, y así lo hizo. Con el nivel de conciencia que aún le quedaba, entró a aquel edificio, donde se sintió acogido por la congregación, perdonado por Dios, y amado a pesar de sus defectos. De pronto se topó con la oportunidad de comenzar una nueva vida. Aquellos tres ingredientes: aceptación, perdón y amor, marcaron la diferencia. Ese día, tocado por el poder de Dios, comenzó su transformación: decidió apartarse de las adicciones. Nunca volvió a ser el mismo.

Tiempo después, sintió la necesidad de buscar a otros como él: indigentes que vagaban por las calles sin rumbo ni dirección, sumidos en las adicciones. Y comenzó a hablarles de Jesús. Su historia personal y su nuevo estilo de vida fueron un testimonio poderoso para muchas personas que, de no haber sido por él, no habrían conocido al Señor. La respuesta de un solo hombre al llamado de Jesús, su compromiso con vivir una nueva vida y apartarse del mal, hicieron de él una vasija de barro que ponía de manifiesto cuán sublime es el poder de Dios (ver 2 Cor. 4: 7).

Hoy, el Espíritu Santo nos vuelve a recordar por medio de la Palabra que «todos los que invocan el nombre del Señor han de apartarse de la maldad» (2 Tim. 2: 19). El término «invocar» alude a un ser humano que apela a un poder superior para solicitarle su ayuda y protección, y este es el primer paso.

¿Quiero cambiar de vida para expresar mi entrega sin reservas a Cristo? Debo empezar invocándolo a él, solicitándole que me ayude. Y el segundo paso, por el que debo continuar, es «apartarme de la maldad». Si invoco la ayuda, la protección y la fortaleza que solo vienen del Señor, para de ese modo vivir una vida de entrega a él, debo apartarme del mal. Apartándome del mal, llegaré a aborrecerlo de la manera en que Cristo lo aborreció y desarrollaré un carácter que dará fiel testimonio del poder de Dios.