«Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija del faraón»
Hebreos 11:24
Pertenecía a una familia trabajadora y pobre que, ni con todos los esfuerzos del mundo hubiera podido superarse. Venía de una familia de esclavos, de uno de los imperios más poderosos en la historia de la humanidad. Pero a diferencia de sus hermanos, se encontraba en una posición ventajosa: había sido adoptado por la hija del faraón. En esa condición, Moisés tenía lo que muchos podían desear. En cuanto a riquezas, tenía la posibilidad de vivir en magníficos y lujosos palacios, adornados con oro y piedras preciosas. En cuanto a posición, como nieto del soberano egipcio, tenía la posibilidad de acceder al trono algún día. En cuanto a placeres, no había cosa alguna que pudiese obstaculizar la complacencia de los mismos.
Sin embargo, Moisés rechazó cada uno de estos privilegios. Algo mejor que las riquezas, los placeres o el poder conmovía su corazón. ¿Qué podía superar las riquezas de los egipcios? ¿Qué podía ser mejor que gozar de todas sus complacencias? ¿Qué podía ser mejor que el ejercicio de un encumbrado liderazgo?
Moisés deseaba la presencia de Dios en su vida, más que cualquier otra cosa en el mundo. A tal punto anhelaba su compañía, que en cierta ocasión suplico: «Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí» (Éxodo 33:15). Reclamó la presencia de Dios prometida, que aseguraba descanso a su corazón (vers. 14), y le fue concedida, porque «Jehová hablaba con Moisés cara a cara, como habla cualquiera con su compañero» (vers. 11).
Una vez asegurada la presencia de Dios, el profeta se atrevió a elevar una última petición. «Entonces dijo Moisés: «Te ruego que me muestres tu gloria”» (vers. 18). Y fue entonces cuando obtuvo la más impresionante manifestación de Dios, la manifestación del carácter misericordioso y justo del Dios Todopoderoso. No fue cuando lo protegió de las plagas de Egipto, ni al abrir un sendero en el mar, ni al realizar grandes portentos, cuando Dios se reveló a Moisés en plenitud. Fue más bien en una conversación de amigos, en la quietud del desierto, cuando Dios le manifestó toda su bondad (vers. 19).
Debido a que la presencia de Dios llena de gozo el alma (Hechos 2:28), te invitamos, en este día, a buscar a Dios en un lugar tranquilo. Conversa con él, como lo haces con un amigo. Verás que su presencia llena de gozo el corazón, mientras las más preciadas ambiciones humanas pierden su valor.