Si en algún momento has sentido el deseo de que alguien cercano a ti, como por ejemplo tu esposo, tu madre, un hijo, una amiga o compañera de trabajo, te brindara más atención y palabras de aliento, este mensaje de hoy es para ti. Pensar que no te tratan como deseas o, peor aún, como mereces, no te reportará nada bueno, sino todo lo contrario: te convertirá en una mendiga de amor que se relaciona con los demás desde un vacío interno. Te verás a ti misma como una víctima, y no como la protagonista de tu vida que tiene a su disposición el poder del Dios del universo.
Ya sé que es una tendencia humana y que, al fin y al cabo, somos humanas, pero si le has permitido al llanto, al enojo y a la frustración morar en tu corazón dolido, debes saber que esas debilidades encontrarán acogida en tu ser y, de ahí, te resultará muy difícil levantarte. Estarás permitiendo que tu egoísmo ahogue el amor; y que tu vanidad imponga a los demás que, obligatoriamente, te amen, te valoren y transiten por tu vida susurrando a tus oídos las más bellas palabras. Esa es una posición que a toda costa hay que evitar.
Einstein escribió: «Comienza a manifestarse la madurez cuando sentimos que nuestra preocupación es mayor por los demás que por nosotros mismos». En otras palabras: dar vueltas y vueltas mentales en torno a mí y a mis circunstancias es señal de inmadurez. En cambio centrar los pensamientos y los esfuerzos en las necesidades de los demás, especialmente con respecto a su salvación, es señal de madurez personal y espiritual.
Confucio también escribió: «Aquel que procura asegurar el bienestar ajeno ya tiene asegurado el propio». La clave es derrochar amor, no mendigarlo. Y ese derroche de amor cristiano traerá su «salario», sea cual sea. Tal vez no sea recibir reconocimiento, pero sí satisfacción de un servicio desinteresado al Señor. Si tu amor y servicio a los demás crece cada día, no te alcanzará el tiempo para pensar en ti misma, y tus necesidades afectivas serán saciadas a los pies de Jesús.
La historia bíblica habla de una mujer, junto a un pozo, que vivía buscando cariño pero no encontró la felicidad hasta que aprendió a amar a Jesús. El sació su ser. Lo mismo pasará con nosotras.
«Reprime del llanto tu voz y de las lágrimas tus ojos, porque salario hay para tu trabajo, dice Jehová»
Jeremías. 31:16, RV95