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Al abrigo del Altísimo

Matutinas para Mujeres 2020

Era el año 1979, un momento difícil en la historia de Nicaragua, de donde es mi amigo Dany. Y a él le tocó vivir una experiencia dura donde las haya. Con una sola frase, Dany me hizo entender la dureza de la prueba que le tocó pasar: «Recuerdo que teníamos que meter los cadáveres en bolsas de basura para irlos a tirar». Sin duda, una infancia marcada para siempre.

Dany tenía tan solo siete años cuando, una noche, oyó disparos por todas partes. «Mis doce hermanos, mis padres y yo estábamos dentro de la casa, escondidos, cuando sentí una voz que me decía: “No salgan de aquí, Dios hará hoy grandes milagros con ustedes”. Me eché a llorar y le conté a mi padre lo que acababa de oír».

De pronto, alguien llamó a la puerta de la casa; sabían que aquellos golpes eran la antesala de la muerte. ¿Has sentido tú alguna vez de manera tan cruda y real la llamada de la muerte? Los doce niños más sus dos padres estaban de rodillas, orando al Dios del cielo y repitiendo de memoria el Salmo 91.

Finalmente unos hombres entraron y estaban frente a frente con la familia de Dany, que se hallaba de rodillas clamando a Dios. Entonces aquellos hombres comenzaron a decirse entre sí:

-¡Qué raro! No hay nadie en esta casa.

Y, sin embargo, allí estaban, frente a frente. De alguna manera, Dios los había hecho invisibles. Él había dado paz a una familia de hijos suyos que vivían en un territorio en conflicto. Dios los había saciado de su amor, de su protección y de su poder.

Querida amiga, cuántas cosas feas y amargas de la vida nos rodean: violencia, enfermedad, traición, hipocresía, malos entendidos, discusiones, soledad, divorcio, pobreza, muerte… cosas que nos roban todo aquello que parecía darnos paz.

Pero en medio de esos conflictos, una voz te dice: «Quédate aquí, confía en mí, haré grandes milagros a tu favor». Milagros tal vez imperceptibles para otros o incluso para ti misma, pero que con el paso del tiempo podrás reconocer y comprender. O milagros tal vez palpables, que te harán sentir especial para Dios.

«El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente. Diré yo a Jehová: «Esperanza mía y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré”» (Sal. 91:1-2, RV95). Amén.

«Él da en tus territorios la paz; te hará saciar con lo mejor del trigo»

Salmo 147:14, RV95