«Aparta de mí la vanidad y la mentira, y no me des pobreza ni riquezas. Dame solo el pan necesario»
Proverbios 30:8
En La muerte de Artemio Cruz, el brillante escritor mexicano Carlos Fuentes (1928-2012) narra la historia de un anciano que, en su lecho de muerte, y durante su último medio día en este mundo, comienza a recordar su vida.
Entonces, vienen a su mente doce episodios que resumen su existencia, la de un revolucionario mexicano de nobles ideales que luchó y combatió con fiereza, pero que, con el paso del tiempo, dejó que la rapacidad y la codicia se apoderaran de su corazón, de modo que la corrupción acabó con los ideales de la revolución que un día lo inspiraron a dar la vida por su patria. Al final de su vida se pregunta si todo aquello por lo que peleó en su juventud mereció la pena.
¿Acaso envejecen los ideales de un pueblo o de un individuo? Por supuesto que sí. También mengua su espiritualidad. De pronto se pierde el ánimo de buscar a Dios y entender sus caminos. Se acaban las ganas de proclamar su Palabra y obedecer su voluntad.
Ahora se experimentan un cansancio, un hartazgo, un fastidio de buscar las cosas espirituales. La presencia de Dios se convierte en una carga y, lo que deberían ser alegrías y satisfacciones espirituales, devienen en molestas prácticas que ya no producen el mismo efecto que antaño.
La renovación de los ideales, así como su viva comprensión es fundamental para que el ánimo de una persona se mantenga firme, con actitudes lozanas hacia el futuro. ¿Por qué peleamos las luchas del pasado? ¿Cómo llegamos al sitio en el que estamos?
¿Valió la pena tanto sufrimiento para alcanzar la condición que hoy gozamos? ¿En qué punto estamos desde aquella vez que iniciamos la carrera por la conquista de una vida mejor? Un cristiano que sabe renovar sus ideales le brinda actitud fresca a su propia experiencia espiritual.
Y eso favorece la esperanza, la ilusión por un futuro mejor y el deseo de alcanzar nuevos desafíos, rasgos propios de la gente joven. En efecto, los jóvenes no saben que hay cosas que no se pueden lograr, por eso son atrevidos y obstinados en conseguir lo que se proponen. Y es así como se cristalizan los grandes sueños de la vida de los pueblos.
No dejes morir tus ideales. Mantenlos firmes a lo largo de tu vida. Aprende a renovarlos y adaptarlos a las diferentes etapas de tu existencia. Al final, comprobarás que una vida recta merece la pena.