«Ellos lo han vencido por medio de la sangre del Cordero y por el mensaje del cual dieron testimonio; no valoraron tanto su vida como para evitar la muerte. Por eso, ¡alégrense, cielos, y ustedes que los habitan!»
Apocalipsis. 12:11,12
Tenía quince años cuando fui a ver al equipo de béisbol Atlanta Braves jugar contra Los Ángeles Dodgers. El estadio estaba repleto, con 53 mil personas que se preguntaban si esa noche pasaría a la historia. En un partido anterior, el jardinero Hank Aaron había empatado los 714 jonrones de Babe Ruth.
Babe Ruth, por supuesto, era una leyenda. En una sola temporada, logró la asombrosa suma de sesenta jonrones. Mientras trotaba alrededor de las bases luego de establecer ese récord, los fanáticos, enloquecidos, lo aclamaban y rompían papeles para hacer su propio papel picado. (Un dato interesante sobre Babe Ruth: para enfrentar el calor del verano mientras jugaba partidos, se ponía una hoja de repollo mojada debajo del casco.)
En el estadio de Atlanta, esperábamos ansiosos que bateara «El Martillador». Si tenía un buen lanzamiento, podía llegar a romper el récord frente a nuestros ojos. Cuando le tocó ir al plato por primera vez, una serie de malos lanzamientos lo llevaron a la primera base.
¡Qué decepción! La siguiente vez que se situó en la caja del bateador, la multitud se puse de pie. El lanzador mandó una pelota baja, y Hank la dejó pasar. En el siguiente lanzamiento, le pegó con fuerza. La pelota voló sobre la cerca del campo izquierdo, y la multitud estalló en aclamaciones. Explotaron fuegos artificiales sobre el diamante.
De la misma manera en que celebramos el éxito de este gran jugador, el cielo se regocijará por tu salvación. Elena de White dice: «Hay gozo en el cielo en la presencia de Dios y de los santos ángeles por cada alma redimida, un gozo que se expresa con cánticos de santo triunfo».
Será como si batearas un jonrón, solo que te encontrarás con la mirada de Jesús y recordarás que él bateó por ti.