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El aliento del alma

Matutinas para Mujeres 2020

Dice Elena G. de White que es vital para el cristiano «no descuidar la oración privada, porque es el aliento del alma. Es imposible que florezca nuestra espiritualidad cuando se descuida la oración. La oración pública o en familia por sí sola no es suficiente» (El camino a Cristo, cap. 11, p. 145).

¿Será tal vez que estamos desalentadas porque nos está faltando esa pieza clave de la vida espiritual que se llama oración privada?

En una oportunidad, «Jesús les contó [a sus discípulos] una parábola para enseñarles que debían orar siempre, sin desanimarse» (Luc. 18:1). Esa parábola tenía dos protagonistas: una viuda y un juez injusto. En los tiempos de Jesús, ser viuda era prácticamente sinónimo de ser pobre, especialmente si no se tenían hijos, pues la mujer dependía ciento por ciento de un hombre que la mantuviera.

El juez, aun sabiendo que la persona que tenía delante de él era alguien pobre que seguramente no contaba con quien defendiera sus derechos, «durante mucho tiempo no quiso atenderla» (vers. 4). Pero si el juez no la atendía, ¿quién le haría justicia? Quedaría desamparada por completo.

Lo más probable es que todos los presentes entendieran que la justicia que estaba pidiendo la viuda era económica, como por ejemplo que su difunto esposo le hubiera dejado alguna propiedad hipotecada que alguien se negaba a devolver. Ella dependía completamente de aquel juez, pero él se negaba a ayudarla. ¿Qué fue lo que finalmente lo convenció de atender aquella petición? La insistencia de ella: «Como esta viuda no deja de molestarme, la voy a defender, para que no siga viniendo y acabe con mi paciencia» (vers. 5).

Un juez malo que decide hacer justicia solo cuando le sale más cómodo y ventajoso que seguir practicando la injusticia es la figura que usó Jesús para hablar de Dios por contraste. Es decir, que el Señor es precisamente todo lo contrario que ese juez: él responde a sus hijas que se le acercan en oración, no porque se canse de oírlas o le sea ventajoso (al contrario que un juez injusto), sino por amor. Porque Dios, lejos de ser un juez injusto, es un Dios justo, que defiende a quienes claman a él.

Con esta parábola, Jesús nos está llamando a orar sin cesar y, sobre todo, sin desmayar, a pesar de que tal vez no veamos las respuestas. Porque la oración es una necesidad, un requisito para tener una vida espiritual sana. La oración es, sencillamente, el aliento del alma. Que nuestra alma no se quede sin aliento. Amén.

«¿Acaso Dios no defenderá también a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Los hará esperar?»

Lucas 18:7