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Un mejor galardón

Matutinas para Jóvenes 2020

«El Señor recompensa a los que le temen con riquezas, honra y vida, si son humildes»

Proverbios 22:4

Nunca fue el plan de Dios que su pueblo tuviera monarcas que se comportaran como sus vecinos, quienes alardeaban de vanidad, despilfarro, corrupción y abusos hacia sus gobernados. Por eso, él mismo sería su máximo Líder, quien gobernaría bajo un sistema teocrático. Sin embargo, previendo que, una vez establecido, el pueblo querría un rey al estilo de las naciones vecinas, Dios estableció que este debía ser un israelita a quien él mismo elegiría.

Además, dio importantes pautas en el comportamiento de un soberano: «El rey no deberá adquirir gran cantidad de caballos, ni hacer que el pueblo vuelva a Egipto con el pretexto de aumentar su caballería, pues el Señor te ha dicho: ‘No vuelvas más por ese camino’. El rey no tomará para sí muchas mujeres, no sea que se extravíe su corazón, ni tampoco acumulará enormes cantidades de oro y plata. Cuando el rey tome posesión de su reino, ordenará que le hagan una copia del libro de la ley, que está al cuidado de los sacerdotes levitas.

Esta copia la tendrá siempre a su alcance y la leerá todos los días de su vida. Así aprenderá a temer al Señor su Dios, cumplirá fielmente todas las palabras de esta ley y sus preceptos, no se creerá superior a sus hermanos ni se apartará de la ley en el más mínimo detalle, y junto con su descendencia reinará por mucho tiempo sobre Israel» (Deuteronomio 17:16-20, NVI).

El rey de Israel debía considerar la soberanía universal divina, el respeto a la dignidad humana sin distinción de sexo y el establecimiento de los principios de la Palabra de Dios en su gobierno. Además, no había de sucumbir al enriquecimiento ilícito, la lujuria y la corrupción. Lamentablemente, los monarcas hebreos no siguieron el proyecto divino e imitaron las actitudes rapaces de sus vecinos hacia sus respectivos pueblos.

«El peligro acecha en medio de la prosperidad. A través de los siglos, las riquezas y los honores han hecho peligrar la humildad y la espiritualidad. No es la copa vacía la que nos cuesta llevar; es la que rebosa la que debe ser llevada con cuidado. La aflicción y la adversidad pueden ocasionar pesar; pero es la prosperidad la que resulta más peligrosa para la vida espiritual. A menos que el súbdito humano esté constantemente sometido a la voluntad de Dios, a menos que esté santificado por la verdad, la prosperidad despertará la inclinación natural a la presunción» (Profetas y reyes, p. 43).

Pide hoy al Señor que te ayude a desarrollar un liderazgo que respete los principios divinos.