“¿Cómo podremos ser salvos? Todos somos como gente impura; todos nuestros actos de justicia son como trapos de inmundicia”
Isaías 64:5, 6, NVI
A mi hermana y a mí nos encantaba visitar la casa de nuestra abuela. El patio era grande y tenía armarios llenos de ropa y baratijas que nos mantenían entretenidas durante horas. Había una misteriosa escalera desde el dormitorio de atrás hasta el ático, y un día reí con horrorizado deleite cuando mi abuela me contó una historia ocurrida en aquel ático.
Resulta que afuera de la casa había un pino cuyas ramas llegaban hasta la ventana del ático. Una cálida noche de verano, un gato trepó al árbol, saltó por la ventana y depositó un ratón junto a la hija menor de mi abuela. La niña gritó, horrorizada por el trofeo que el felino le había ofrecido.
Art Linkletter, famoso por sus divertidas charlas con niños, cuenta la historia de una niña de nueve años que quería hacer algo por su madre, que tenía dolor de cabeza: “Ante su insistencia, la madre le dijo que podía prepararle un té de hierbas. Después de un buen rato, la niña le llevó un té a su madre, que lo bebió agradecida.
“–Gracias por tu ayuda –le dijo–. Quedó muy rico.
“La niña sonrió con orgullo y dijo:
“–No pude encontrar el colador, así que tuve que usar el matamoscas.
“Al notar la expresión horrorizada en el rostro de su madre, la niña la tranquilizó:
“–No te preocupes, mamá, no utilicé el matamoscas nuevo. ¡Usé el viejo!”
Seguramente has intentado muchas veces complacer a tus padres, impresionar a tus amigos o llamar la atención de alguien. ¿Y de Dios? ¿Es posible ganarse su favor? ¿Hay algo que puedas ofrecerle que sea lo suficientemente bueno? Lutero, con las rodillas ensangrentadas de tanta penitencia, meditó en esta pregunta y concluyó que no es posible.
Ninguna cantidad de buenas obras o de penitencias borrará las manchas de pecado de nuestro ser. Romanos 3:22 al 24 dice: “Por medio de la fe en Jesucristo, Dios hace justos a todos los que creen. Pues no hay diferencia: todos han pecado y están lejos de la presencia gloriosa de Dios. Pero Dios, en su bondad y gratuitamente, los hace justos, mediante la liberación que realizó Cristo Jesús”.
Shakespeare escribió: “La misericordia no es forzada”, lo que significa que no es una obligación o algo producido por el esfuerzo. Esta es una buena noticia para cualquiera que haya intentado preparar un té con un matamoscas.