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Alabanza a la mujer ejemplar: tiende la mano a los pobres y necesitados

“Mujer virtuosa, ¿quién la hallará? […] Alarga su mano al pobre; extiende sus manos al menesteroso”

Proverbios 31:10-20, RVR 95

La palabra “empatía” es un término acuñado por los expertos en relaciones interpersonales, y ha sido definida como la capacidad de ponernos en el lugar del otro. En torno a ella se han disertado elocuen­tes discursos, tantos que es común escuchar a muchos declararse abierta­mente empáticos. Quien lo hace se reconoce como alguien capaz de ser sensible y cálido frente a las necesidades del prójimo. Qué cualidad maravillosa es la de ser empáticos.

Sin embargo, fuera de los muros de la empatía hay un mundo frío, don­de millones de seres humanos necesitan no solo que los demás se pongan en su lugar, sino que alguien haga algo por ellos. ¿Nos daremos cuenta de esa necesidad, y actuaremos en consecuencia? Eso es lo que se llama misericordia. Ahora bien, la misericordia tiene mala prensa en el mundo de hoy, porque se considera como lástima, pero lo cierto es que nada tiene que ver con la lástima. 

La misericordia es la que mueve el hombro a ayudar; la lástima mira por encima del hombro y sigue caminando como si nada. Alguien misericor­dioso se priva de un bocado de pan para darlo al que no ha comido; alguien que siente lástima, no necesariamente pasa a la acción. La misericordia cubre al desnudo, alimenta al hambriento y consuela el corazón abatido de los que sufren. La misericordia es la empatía en acción, y es lo que Dios espera de ti y de mí. 

Vivimos en una sociedad de “acumuladores”, donde la consigna es “tener y tener más”. Nosotras, por nuestra parte, hemos de ser mujeres cuya preo­cupación no sea tener, sino ser; ser empáticas, misericordiosas, de las que mueven el hombro y alargan la mano hacia el pobre y el necesitado. No solo al necesitado desde el punto de vista material, sino también al que tiene nece­sidades espirituales y emocionales. 

La dadivosidad ofrece beneficios de doble vía: por un lado, suplimos la ne­cesidad del prójimo y, a la vez, experimentamos el gozo de compartir con otros las bendiciones que recibimos de Dios, generando en nuestro fuero interno gratitud, que es el ingrediente fundamental de la felicidad. 

Hoy es un buen día para que tu mano se alargue al necesitado. El primer lugar para comenzar es con los que están en tu hogar.

Erna Alvarado Poblete es licenciada en Pedagogía y Psicología educativa; tiene un máster en Relaciones familiares y estudios de postgrado en Desarrollo humano. Es conferencista y autora de varios libros, entre ellos Reflexiones para la mujer, de este mismo sello editorial. Aunque nacida en Chile, lleva cuarenta años viviendo en México.