“¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo?”
Lucas 6:41
En un periódico, un periodista contaba la historia de un hombre que conducía por un pequeño pueblo. En cierto momento, pasó una cámara de control de tránsito y notó que la cámara tomaba una fotografía de su auto. No había pasado el límite de velocidad y estaba indignado porque se lo multara sin causa aparente. Volvió a pasar por el lugar, esta vez más lentamente.
La cámara lo fotografió otra vez. No lo podía creer, así que pasó una tercera vez, a paso de tortuga. Pero la cámara volvió a fotografiarlo. Unas semanas más tarde, llegaron las multas y loco de rabia casi llama para quejarse por el trato injusto, hasta que al leer con atención los documentos, se dio cuenta de que las multas no eran por exceso de velocidad, sino por no haber usado el cinturón.
Esta pequeña anécdota prueba que nos resulta muy fácil señalar el error que hay en los demás, pero que nos cuesta mucho reconocer la posibilidad de que muchos de los errores sean nuestros, en realidad.
Jesús dijo: “No juzguen a nadie, para que nadie los juzgue a ustedes. Porque tal como juzguen se les juzgará, y con la medida que miden a otros, se les medirá a ustedes” (Mat. 7:1, 2, NVI).
Al mencionar el ejemplo de la paja y la viga, Jesús exagera el caso para que veamos con más claridad el principio que quería enseñar. Sin embargo, ¡cuántas veces parece que olvidamos esta imagen y nos ponemos como jueces de los demás!
Está comprobado, además, que mucho de lo que criticamos en los demás dice más de nosotros que de ellos. No solamente por dejar en evidencia nuestra mala actitud, sino porque revela a qué cosas le damos importancia, qué cosas envidiamos o cuáles son algunas de nuestras falencias.
¿Realmente estamos dispuestos a mostrarnos así? ¿Realmente somos mejores que los demás y no necesitamos una revisión continua de nuestras motivaciones y conductas? ¿Realmente nos comparamos con Jesús a la hora de evaluar y catalogar a los demás?
Ojalá hoy tengamos una noción correcta de quiénes somos, de lo falible de nuestra naturaleza y de nuestra necesidad de un Salvador y un parámetro adecuados para medirnos y medir a los demás.