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La misericordia de Dios

“Si confesamos nuestros pecados, podemos confiar en que Dios, que es justo, nos perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda maldad”

1 Juan 1:9

El pecado es el causante de la indignidad humana; nos situó lejos de nuestro elevado origen, y nos hizo perder de vista el hecho de que somos hijos de Dios. La libertad que nos había sido otorgada por creación fue sustituida por la esclavitud. Sin embargo, en estas condiciones, Dios envió a su Hijo, a fin de redimirnos y devolvernos lo que nos arrebató Satanás. 

Los sentimientos de indignidad pueden arrebatarnos la convicción de que nada nos separará de la misericordia y la compasión de Dios por nosotros, y pueden hacernos vivir en la miseria espiritual. Por eso es tan importante entender que la misericordia de Dios nos alcanza no porque seamos dignos, sino porque somos indignos. Es simplemente por amor.

Ella estaba en un duelo constante. Sentía que era imposible que Dios per­donara su pecado. Cuando cumplió 23 años, viajó al extranjero para hacer una maestría. Lejos de su familia y sin amigos, se aferró a la única mano que la sostuvo e inició una relación amorosa a la que se entregó sin reservas. Unos meses después, se dio cuenta de que estaba embarazada y tomó la de­cisión de abortar. Regresó a su país con un título en la mano y una culpa en el corazón. Aun habiendo pedido perdón a Dios, no sentía haberlo recibido, y su existencia era una cadena de reproches. 

Dios nos ha prometido que no hay ningún pecado que pueda arrebatar­nos la herencia gloriosa que nos pertenece por el hecho de ser sus hijas. La persona que se siente indigna, cree que no merece nada, y el golpeteo de su conciencia culpable le dice que ha deshonrado a Dios y que eso no tiene per­dón.

Esto sucede porque no entendemos realmente cómo es Dios; poco sabe­mos de su compasión y misericordia. “El Señor dice: ‘Vengan, vamos a discutir este asunto. Aunque sus pecados sean como el rojo más vivo, yo los dejaré blancos como la nieve; aunque sean como tela teñida de púrpura, yo los deja­ré blancos como la lana’ ” (Isa. 1:18). Simplemente, nos pide: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados de sus trabajos y cargas, y yo los haré des­cansar” (Mat. 11:28).

Dios anhela perdonarnos y ayudarnos a vivir dignamente. Si sientes que le has fallado, inclínate humildemente ante él, confiesa tu pecado y confía en su misericordia. Lo demás lo hará Dios.

Erna Alvarado Poblete es licenciada en Pedagogía y Psicología educativa; tiene un máster en Relaciones familiares y estudios de postgrado en Desarrollo humano. Es conferencista y autora de varios libros, entre ellos Reflexiones para la mujer, de este mismo sello editorial. Aunque nacida en Chile, lleva cuarenta años viviendo en México.