“Aprendan a hacer el bien. Busquen la justicia y ayuden a los oprimidos. Defiendan la causa de los huérfanos y luchen por los derechos de las viudas. Vengan ahora. Vamos a resolver este asunto –dice el Señor–. Aunque sus pecados sean como la escarlata, yo los haré tan blancos como la nieve”
Isaías 1:17, 18, NTV
En el secundario, en los Estados Unidos, era obligatorio cursar la materia de mecanografía y procesamiento de datos. En ella se nos enseñaba a escribir a gran velocidad en el teclado de la computadora y también a trabajar diferentes textos, escribir diversos tipos de cartas y otros ejercicios relacionados. Había un programa muy entretenido y estricto que nos hacía practicar especialmente la velocidad y la precisión. El objetivo era poder escribir un texto en pocos segundos sin la necesidad de ver el teclado.
El problema era que el informe le llegaba directamente a la profesora y ella tenía acceso a la cantidad de errores que habíamos cometido. Es decir, podíamos entregar el texto perfectamente escrito, pero ella igual sabría cuántas veces habíamos borrado o corregido cosas.
Una vez, me llamó aparte para comentarme que había tenido demasiados errores como para aprobar el ejercicio, y recuerdo que fue porque me concentré en mirar el teclado y no la pantalla, y arranqué con la tecla incorrecta. A partir de eso, todo se había corrido y había quedado mal. Al ver la pantalla, había tenido que borrar párrafos enteros y de ahí salía esa cantidad de errores.
Muchas veces nos concentramos en el teclado, en lo que tenemos más cerca, en lo que parece que dominamos. Nos olvidamos de revisar cuál es el resultado que realmente se está viendo, ese más grande y trascendente.
Cada tecla cuenta y el orden de las letras, en este caso, sí altera el producto.
Quizá sientes que en tu vida has arrancado con el pie izquierdo, o que hay decisiones tempranas que te han llevado por un mal camino. También es cierto que podemos enmendar ciertos errores, pero siempre alguien sabe qué es lo que verdaderamente pasó.
Lo bueno es que podemos empezar de nuevo. Dios nos llama aparte, nos hace conscientes de nuestra situación, nos ofrece su perdón y una hoja nueva en blanco y nos invita a hacer cosas que verdaderamente se ven en la pantalla.
Ve a él hoy y pídele que te ayude a empezar de nuevo, esta vez con las letras en el lugar correcto.