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Juntos, incluso en las diferencias

“Que la paz de Cristo reine en sus corazones, porque con este propósito los llamó Dios a formar un solo cuerpo”

Colosenses 3:15

Las diferencias de género no solo tienen que ver con aspectos biológicos o fisiológicos; también influyen los cognitivos, los psicoló­gicos y los espirituales. Las diferencias no nos hacen inferiores ni su­periores; mejores ni peores; simplemente nos hacen únicos, pero dotados con la capacidad de adaptación y la inteligencia emocional como para vivir en complementariedad y armonía. 

La discordia y la pérdida de armonía entre el hombre y la mujer fueron resultado de la separación de Dios en el Edén. Sin embargo, la convivencia entre ambos sexos es inevitable. La experimentamos en la casa, en la escuela, en el trabajo, en la iglesia y, simplemente, al caminar por la calle o al subirnos a un autobús. Los hombres y las mujeres estamos en la misma barca; no nos po­demos abstraer de esta realidad. Entonces, debemos aprender a “remar” jun­tos, aportando lo mejor de nosotros mismos. 

Para una convivencia saludable, debemos desarrollar ciertas virtudes. La Palabra de Dios nos hace un llamado a la tolerancia, diciendo: “Revístanse de sentimientos de compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia. Sopórtense unos a otros, y perdónense si alguno tiene una queja contra otro. Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes” (Col. 3:12, 13).

La tolerancia es la capacidad de resistir la molestia que sentimos frente a personas que piensan y hacen cosas diferentes de como las haríamos noso­tros. Es el aceite que suaviza las relaciones interpersonales y es una virtud que solo podemos practicar cuando aprendemos a vivir en armonía con nosotros mismos. También es un valor que lleva implícito el respeto a las creencias de otros cuando son diferentes a las nuestras y tiene que ver con la considera­ción al mirar al otro como un ser humano con dignidad. 

Los hombres y las mujeres, los esposos y las esposas, los padres y las ma­dres que desean contribuir a la construcción de una sociedad justa y ecuá­nime tienen el deber de enseñar y ejemplificar frente a los niños y jóvenes que todo ser humano, hombre o mujer, es hijo de Dios, lo que nos pone a todos en una condición de igualdad. A la vez, deben enseñarles a aceptar que lo masculino y lo femenino nos hacen diferentes y especiales.

Erna Alvarado Poblete es licenciada en Pedagogía y Psicología educativa; tiene un máster en Relaciones familiares y estudios de postgrado en Desarrollo humano. Es conferencista y autora de varios libros, entre ellos Reflexiones para la mujer, de este mismo sello editorial. Aunque nacida en Chile, lleva cuarenta años viviendo en México.