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Una orden difícil

“En seguida Jesús hizo que los discípulos subieran a la barca y se le adelantaran al otro lado mientras él despedía a la multitud”

Mateo 14:22, NVI

La orden era extraña. ¿Por qué justo en ese momento? La multitud estaba lista para coronarlo rey. ¿Qué más querían? Los curaba y les daba de comer. Satisfacía sus necesidades. ¿Acaso es que era demasiado modesto y había que insistirle un poco más? Estaban dispuestos a hacerlo. Pero no entendían.

Jesús, como en estado de emergencia, como muchas veces nuestros padres nos hicieron obedecer rápidamente sin preguntar, previendo algo que nosotros no alcanzábamos a ver, mandó a los discípulos que se fueran. ¡Todo había quedado en la nada! Pero Jesús les habló con una autoridad que nunca había usado con ellos. Y es que él sabía que si, sus expectativas se cumplían, ¡todo su plan se vería dificultado! Cuán diferentes son nuestros ojos…

Las cosas se estaban poniendo serias. Jesús necesitaba orar, interceder por su pueblo, por sus discípulos, por su plan, por el futuro.

Los discípulos obedecieron, en parte. No zarparon inmediatamente, sino que se quedaron esperándolo en la orilla, a ver si venía. ¿Qué habrán conversado en esos momentos? Estaban descontentos, impacientes, negados y culpándose por no haber insistido más.

“La incredulidad estaba posesionándose de su mente y corazón. El amor a los honores los cegaba. Ellos sabían que Jesús era odiado de los fariseos, y anhelaban verlo exaltado como les parecía que debía serlo. Estar unidos con un Maestro que podía realizar grandes milagros, y, sin embargo, ser vilipendiados como engañadores era una prueba difícil de soportar. ¿Habían de ser tenidos siempre por discípulos de un falso profeta?” (El Deseado de todas las gentes, pp. 342, 343). Así siguieron en sus maquinaciones, hasta que la noche oscura se convirtió solo en reflejo de la oscuridad espiritual que los cegaba. Llegó la tormenta desesperante y con vanos esfuerzos vieron que necesitaban a su Maestro.

Jesús, desde lejos, “ni por un momento perdió de vista a sus discípulos. Con la más profunda solicitud sus ojos siguieron al barco agitado por la tormenta con su preciosa carga; porque esos hombres habrían de ser la luz del mundo” (ibíd., p. 344).

Quizás hoy tus planes e ideas “mejores” que los de Dios te han cegado espiritualmente. Pero si como Pedro clamamos: “Señor, sálvame”, Jesús inmediatamente asirá nuestra mano extendida. Nosotros también hemos de ser la luz del mundo.

Carolina Ramos es oriunda de Entre Ríos, Argentina, y está terminando sus estudios para ser maestra de inglés, maestra de música y traductora. Disfruta de trabajar en los diferentes ministerios de la iglesia, especialmente con los niños y adolescentes. También le gusta viajar, acampar, estar en la naturaleza, leer, tocar el piano y el oboe, y cantar. Carolina procura siempre extraer lecciones de lo chiquito y de lo grande, ver al Dios de los milagros presente en cada ámbito de nuestra vida; y espera con ansias la Segunda Venida.