Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos.
Juan 15: 13
¿HAY EN ESTE MUNDO ALGUNA PERSONA por la cual con gusto morirías para que ella viviera?
Un relato que nos llega de los tiempos de la Segunda Guerra Mundial nos cuenta que precisamente eso fue lo que hizo Maximilian Kolbe, un sacerdote prisionero en Auschwitz. Probablemente ya conoces la historia. Cuenta el relato que cierto día, un prisionero escapó. Cuando esto sucedía, la costumbre era seleccionar a diez prisioneros para darles muerte. Después de que las víctimas habían sido seleccionadas, uno de ellos, un prisionero polaco de nombre Franciszek, comenzó a llorar. Sollozando, gritaba: «¡Por Dios! ¡Tengo esposa e hijos!».
Cuando Maximilian vio a su amigo llorar de esa manera, pidió permiso para hablar con el oficial encargado de la ejecución.
- ¿Qué quiere? —preguntó el soldado, mientras lo apuntaba con su arma.
—Quiero morir en lugar de él —dijo, señalando a su amigo—. Yo ya estoy viejo y no tengo esposa ni hijos.
El 14 de agosto de 1941 Maximilian Kolbe murió para que su amigo, Franciszek Gajowniczek, pudiera vivir. Tal como lo refiere nuestro texto para hoy, «nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos» (Juan 15:13).
He leído que, mientras vivió, cada 14 de agosto Franciszek viajaba a Auschwitz, para rendir tributo a la memoria del hombre que murió en su lugar. Y que en el patio de su casa colocó una placa labrada por él mismo, como un recordatorio de lo que sin duda constituye el máximo sacrificio que un ser humano pueda realizar en favor de otro.*
Por supuesto, más importante que los viajes a Auschwitz, y la placa, es la clase de vida que este hombre llevó, consciente de que vivía gracias a que otro prefirió morir por él. Hasta el día de su muerte, ¿vivió Franciszek de una manera noble y digna?
No sé cómo vivió Franciszek durante esos 44 años (Kolbe murió en 1941; Franciszek, en 1995), ni tampoco es asunto de nuestra incumbencia. Lo que sí es de nuestra incumbencia es que por ti y por mí murió, entre dos criminales, el Hijo de Dios. Por ti y por mí sufrió Jesucristo todo tipo de ultrajes, y de humillaciones, a pesar de que nunca hizo nada malo para merecer semejante maltrato. ¿Qué clase de vida llevamos? ¿Estamos viviendo para complacer nuestros caprichos y apetitos o para honrar el nombre de Aquel que por amor a ti y a mí derramó su preciosa sangre en una cruz?
Padre celestial, ayúdame para que nunca pierda de vista que es gracias a la muerte de tu Hijo que yo vivo hoy; y que es gracias a él que hoy tengo esperanza de vida eterna. Capacítamepara vivir de un modo que glorifique su santo nombre.