Desechen todo lo que sea amargura.
Efesios 4: 31, RVC
CUANDO OCURREN COSAS QUE NO TE GUSTAN — decía el artículo de la revista—, tienes dos opciones: o las aceptas o te amargas». La autora, Marion Bond West, contaba lo amargada que se sentía desde que su esposo había muerto, a causa de un tumor cerebral. Pero ya habían pasado tres años de producirse su pérdida y aún estaba sufriendo tanto que su rostro no daba muestras de alegría.*
Todo eso cambió, cuenta Marion, un día en que ella decidió visitar una antigua casa que siempre le había llamado la atención, sobre todo porque estaba rodeada por una hermosa cerca de madera, color blanco. Al llegar, encontró la puerta abierta. En el patio, una mujer de pequeña estatura se disponía a trabajar en su jardín.
-¡Buenos días! — gritó Marion–. Vine a ver su cerca tan bonita.
Después de devolverle el saludo, la señora la invitó a entrar. No imaginaba Marion que su vida cambiaría a partir de aquella corta conversación, especialmente como producto de dos cosas que ese día escuchó.
Lo primero fue saber que la señora vivía sola, y que había decidido construir la cerca, no tanto para ella disfrutarla, sino para deleite de la gente que pasara frente a su casa. La anciana le contó que, al ver la cerca, muchos se detenían a contemplarla, y otros incluso se animaban a entrar para conversar con ella. Así que nunca estaba sola. Lo segundo fue la respuesta que obtuvo cuando le preguntó a la anciana si no se había amargado al tener que ceder parte de su patio para la ampliación de la carretera. La respuesta de ella fue que el cambio es parte de la vida; y que, cuando suceden cosas que a uno no le gustan, «o las aceptas o te amargas».
Cuando, después de la conversación, Marion se despidió, la amable mujer le dijo: –Regrese cuando quiera y, por favor, cuando salga deje la puerta abierta.
Mientras conducía su auto camino a casa, Marión sintió que se derrumbaba el muro de piedra que durante los últimos años había rodeado su corazón. En su lugar, había comenzado a levantarse una cerca de madera blanca, con la puerta abierta.
¿Hay muros en tu corazón que, a veces sin saberlo, te alejan de la gente que te rodea? ¿Alguna amargura? ¿Alguna tristeza? ¿Alguna herida que aún no haya sanado? Hoy es un buen día para pedirle a Dios que te ayude a derribar esos muros, y para eliminar de tu corazón toda raíz de amargura. También para pedirle que tu vida sea como una puerta abierta, de modo que otros puedan entrar; incluso aquellos que, por haberte hecho daño, han permanecido fuera de tu vida. Señor Jesús, ayúdame hoy a derribar los muros que me separan de la gente que me rodea.
Quiero que mi vida sea como una puerta abierta, especialmente para ti.
*Marion Bond West, «Una cerca entreabierta», en Selecciones del Reader’s Digest, noviembre de 1993, p. 71.