Lámpara es a mis pies tu palabra y lumbrera a mi camino.
Salmos 119: 105, RV95
¿Cómo crees que sería ir en calesa o en carreta por una calle concurrida de los viejos tiempos? ¿Y qué me dices de ir en tranvía, a caballo, en bicicleta o caminando por aquellas ciudades antiguas? ¿Cómo evitaba todo el mundo chocar y atropellar a los demás? En aquella época no había semáforos ni líneas en la carretera que indicaran el camino a seguir.
Debe de haber sido todo un desafío mantener a todo el mundo yendo en la misma dirección y en el mismo lado de la calle. ¿O cómo hacían? ¿Se mantenía el tráfico en sentido contrario por la izquierda? ¿Los vehículos pequeños cedían el paso a los grandes? Debe de haber sido un caos.
Cuando el tráfico y los accidentes empezaron a aumentar con la invención de los automóviles, pronto se hizo evidente que se necesitarían algunas normas de circulación. El 5 de agosto de 1914 se instaló el primer semáforo de los Estados Unidos en Cleveland, Ohio, en el cruce de la Avenida Euclid y la Calle 105 Este. A muchos no les gustó, pero probablemente hizo que las cosas estuvieran más organizadas en las concurridas calles de Cleveland.
Hoy en día, los semáforos indican al tráfico cuándo debe avanzar y cuándo debe detenerse. El semáforo más común es el de tres luces: verde, amarilla y roja. Verde para avanzar, amarillo para precaución y rojo para parar. ¿Qué otros tipos de semáforos tenemos en nuestras carreteras? Luces de giro a la izquierda y a la derecha, luces de paso de peatones, señales de paso de ferrocarril, luces intermitentes en las señales de construcción… Y luego están las luces en movimiento: las luces con sirena chillona de la policía, las ambulancias o los camiones de bomberos. Y, por supuesto, nuestros autos, camiones y furgonetas también vienen con luces, que nos ayudan a mantener la seguridad en el tráfico. También están los faros, las luces antiniebla, las luces traseras, las luces de freno, las luces de marcha atrás y las intermitentes.
El Salmo 119 nos recuerda que la Palabra de Dios es una lámpara para nuestros pies y una luz para nuestro camino. Sirve de luz de guía a todos los que caminan por el áspero y rocoso camino hacia el cielo. Como un faro, ofrece una guía a los barcos que viajan demasiado cerca de las costas rocosas de la tragedia espiritual.
Al igual que las señales de tráfico, debemos alzar nuestras luces, nuestra fe y confianza en Dios, para que los demás puedan divisar a nuestro Padre que está en el cielo. Nuestro ejemplo puede ser lo que anime a alguien a iniciar su viaje hacia Jesús para aceptarlo como su Salvador.