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Desaparece la Mona Lisa

Devocional adventista para adoslescentes 2022

No almacenes tesoros aquí en la tierra, donde las polillas se los comen y el óxido los destruye, y donde los ladrones entran y roban.

Mateo 6:19, NTV

El 21 de agosto de 1911, un pintor aficionado descubrió que la Mona Lisa había sido robada del famoso Museo del Louvre, en París, donde se exhibía. La Mona Lisa era una pintura de Leonardo da Vinci, de la época del Renacimiento. La mayoría de los historiadores de arte dicen que da Vinci empezó a pintarla en 1503 y que la terminó en 1506. Han pasado más de quinientos años desde entonces, pero ese cuadro sigue inspirando a los amantes del arte de todo el mundo. ¿Por qué es tan atractivo?, se preguntan muchos. ¿Es por los ojos de la Mona Lisa, que parecen seguir mágicamente al espectador? ¿O es por su tímida sonrisa?

Más de seis millones de turistas ven la Mona Lisa cada año; y, sin embargo, el cuadro fue robado bajo la atenta mirada de los cuidadores del museo. Toda Francia quedó atónita. Los expertos supusieron que no era obra de ladrones profesionales, porque vender el cuadro más famoso del mundo sería demasiado peligroso. Algunos pensaron que los alemanes lo habían robado para avergonzar a los franceses. Pero no; fue mucho más sencillo que todo eso.

Vincenzo Perugia, un antiguo empleado del Louvre, fue quien hizo el trabajo. Entró en el museo, descolgó el famoso cuadro de la pared, lo escondió bajo la ropa y se marchó. ¿Pero qué iba a hacer con él? Durante dos años lo conservó, hasta que un marchante de arte italiano informó de que había recibido una carta de un hombre que se hacía llamar Leonardo. «Leonardo» decía que el cuadro estaba a salvo en Florencia, Italia, y que sería devuelto cuando se pagara un cuantioso rescate. Se acordó la hora y el lugar para el pago, y cuando «Leonardo trató de cobrar, fue atrapado. Era Perugia, por supuesto. Afortunadamente, el cuadro resultó ileso.

Si Jesús hubiera estado caminando por las calles de Italia en 1911, habría dado un consejo importante: no pongas tus acciones en las cosas de este mundo. No acumules tesoros de plata u oro, ni colecciones autos caros o yates, ni construyas casas en la playa para ir de vacaciones. Estas cosas son bonitas, pero alguien puede robarlas o destrozarlas, y entonces ¿qué tendrás? Un reclamo al seguro, en el mejor de los casos. Jesús nos aconseja poner nuestro tesoro en el cielo. Nadie va nunca a robar a los caudales de las bóvedas celestiales, donde se guarda nuestro tesoro. Allí nos espera una recompensa eterna.

Bradley Booth ha enseñado en escuelas adventistas de los Estados Unidos, África, Rusia y Tailandia. Actualmente es el director de The Story Tellers Ministry, que ayuda a enseñar el arte de escribir historias antiguas que siguen siendo importantes hoy. La oración del Dr. Booth es que sus libros inspiren a los lectores a mantenerse de parte de Jesús tanto en los buenos como en los malos tiempos.