Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero.
1 Timoteo 1: 15
CUANDO ERASMO DE RÓTERDAM, uno de los grandes eruditos del Renacimiento, visitó Inglaterra a comienzos del siglo dieciséis, nunca imaginó la contribución que de manera indirecta haría a la causa de la Reforma protestante. Mucho menos imaginó a través de quién vendría esa contribución,
Thomas Bilney, conocido entre sus allegados como «El pequeño Bilney», era profesor de Cambridge cuando Erasmo visitó esa casa de estudios. La impresión que Erasmo causó en él fue tan profunda, que Bilney se propuso adquirir cualquier obra que saliera de la pluma del famoso erudito neerlandés. Una de esas obras fue la traducción del Nuevo Testamento que Erasmo realizó al latín.
En las páginas de ese Nuevo Testamento Bilney encontraría la luz que hasta ese momento le había sido negada. Insatisfecho con su vida espiritual, había acudido a los sacerdotes en busca de ayuda, solo para escuchar que debía cumplir con ciertas penitencias para encontrar la paz que su alma anhelaba. Hasta que un día leyó un pasaje que para siempre cambiaría su vida: «Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero» (1 Tim. 1: 15).
«Ese solo versículo […] escribió Bilney— elevó de tal manera mi pobre y decaído espíritu, que mis huesos dentro de mí saltaron de gozo y alegría. Fue como si, después de una larga y oscura noche, hubiera irrumpido la luz de un nuevo día». *
Justo en ese tiempo, «el pequeño Bilney» escuchó predicar a un fervoroso sacerdote católico: Hugh Latimer. De inmediato Bilney vio en él a un futuro campeón del evangelio, y se propuso «ganarlo» para Jesucristo. Entonces oró: «Oh, Dios -dijo—, apenas soy “el pequeño Bilney”, y nunca haré nada grande para ti, pero toca el corazón de este hombre, ¡y cuán grandes serán las maravillas que él hará en tu nombre!».
Un día, después de escucharlo predicar, Bilney le pidió a Latimer que por favor escuchara su confesión. Latimer aceptó. Entonces Bilney leyó del Nuevo Testamento 1 Timoteo 1: 15, y le contó a Latimer de su conversión. El efecto fue inmediato. Al igual que siglos antes había ocurrido con Saulo de Tarso, fue como si repentinamente los ojos de Latimer hubieran sido abiertos a la verdad del evangelio. Ese día nació uno de los grandes caudillos de la Reforma en Inglaterra.
En 1531 «El pequeño Bilney» moriría en la hoguera, seguido por Latimer, años más tarde, pero la muerte de estos dos mártires encendería en Inglaterra una luz que nunca se apagaría.
Señor, sé que no tengo muchos talentos, pero hoy quiero brillar para ti. Que tu luz ilumine el corazón de alguien que esté en oscuridad.
*Citado por Peter Gunter en A Frank Boreham Treasury, Moody Press, 1984, pp. 12-13.