Una noche, en Gabaón, el Señor se apareció en sueños a Salomón y le dijo: «Pídeme lo que quieras, y yo te lo daré»
1 Reyes 3: 5, DHH
QUIZÁ NUNCA SALOMÓN fue más sabio que cuando pidió a Dios un corazón entendido para gobernar a su pueblo y para distinguir entre lo bueno y lo malo. Lástima que no mantuvo esta actitud a lo largo de su reinado.
¿Cómo pudo fracasar quien, además de las riquezas y el poder que heredó de David, su padre, recibió además inigualable sabiduría de parte de Dios? «Guarda los preceptos de Jehová tu Dios -le había dicho David, poco antes de su muerte […] para que prosperes en todo lo que hagas y en todo aquello que emprendas» (2 Rey. 2:3).
Y todavía temprano en su reino, después de haber concluido la construcción del templo, el Señor le había prometido: «Si tú andas delante de mí como anduvo David, tu padre, en integridad de corazón y en equidad, haciendo todas las cosas que yo te he mandado y guardando mis estatutos y mis decretos, yo afirmaré el trono de tu reino sobre Israel para siempre» (1 Rey. 9:4-5).
¿Qué le pasó, entonces? Su caída comenzó cuando, desobedeciendo una expresa orden de Dios, «se casó con la hija del faraón, rey de Egipto, y quedó emparentado con él» (1 Rey. 3: 1, RVC; cf. Éxo. 34: 16; Deut. 7: 3). Aunque con esta alianza Salomón fortalecia sus relaciones políticas y comerciales con «el poderoso reino situado al sur de Israel», ineludiblemente también había penetrado en «terreno prohibido» (Profetas y reyes, cap. 3, p. 34).
Su matrimonio con la princesa egipcia fue seguido por otro, y otro y otro. Cada nueva alianza parecía traerle mayor poder y gloria, además de que ofrecía la posibilidad de que sus esposas se convirtieran al verdadero Dios. ¡Pero fue un grave error! En primer lugar, no hubo nuevas conversiones, ya que «sus mujeres ejercieron una poderosa influencia sobre él, y gradualmente lo indujeron a participar de su culto» (ibíd., p. 37). En segundo lugar, su mal ejemplo fue seguido por otros, al punto de que «vino a ser práctica común el casamiento entre idólatras e israelitas» (ibíd., p. 38). ¡Peor, imposible!
La lección para nosotros está clara. Si Dios ha dicho no, ¿por qué aventurarnos en terreno prohibido? ¿Por qué tratar de unir la luz con las tinieblas? Dios ha dicho que no tienen comunión.
«Dios tiene poder para guardarnos del mundo, pero no debemos formar parte de él. […]. Él vela siempre sobre sus hijos con un cuidado inconmensurable. Pero requiere una fidelidad indivisa. “Ninguno puede servir a dos señores»» (Profetas y reyes, cap. 3, p. 38).
Dame sabiduría Dios, para distinguir lo bueno de lo malo; también para creer que es tu bendición la que enriquece «y no trae dolores consigo» (Prov. 10:22, DHH).