¡Sé fiel hasta la muerte y yo te daré la corona de la vida!
Apocalipsis 2: 10
AL IGUAL QUE SUS AMIGOS, Josefina era apenas una jovencita cuando Polonia cayó ante las fuerzas de Hitler. Entonces, al igual que ellos, fue trasladada a Berlín, para realizar trabajos forzados. El relato de lo que vivió, y de cómo Dios premió su fe, lo narra María Wilkinson.
Según cuenta Josefina, durante el día los prisioneros paleaban carbón y tierra, para llenar camiones y vagones de ferrocarril; y durante la noche dormían hacinados en barracas, sin calefacción ni frazadas. Además del frío y del maltrato, Josefina tenía una razón más para preocuparse: ella era la única adventista del séptimo día. Al principio, no trabajaban los sábados, pero ¿por cuánto tiempo?
Un día Josefina presenció una escena terrible. Un grupo había sido ejecutado en masa. Las víctimas habían sido sepultadas, y Josefina vio cómo la tierra seguía moviéndose porque algunos de los enterrados aún estaban con vida. Así podría morir ella si se negaba a trabajar en sábado.
Un día la prueba se presentó. Un camión muy grande llegó, y la descarga la realizarían el sábado. Josefina decidió permanecer ese día en la barraca. Curiosamente, nadie le llamó la atención. Durante varias semanas, la escena se repitió, hasta que un guardia se dio cuenta de la situación, y en tono amenazante le dijo que debía trabajar en sábado o moriría. Cuando el siguiente sábado llegó, Josefina se quedó en la barraca, repasando sus promesas bíblicas favoritas y orando.
-Señor, si tengo que morir -dijo en oración, por favor que sea rápido. El lunes el guardia le ordenó que se presentara ante el comandante.
-Sra. Katzmarich —le dijo el comandante, mientras leía el informe-, usted trabaja bien, pero no se ha presentado los sábados. ¿A qué se debe esto?
-El séptimo día es de descanso para mi Dios. En el sábado reposo para él.
-Aquí dice que usted habla alemán -dijo—. Pues, trabajará en esta oficina. Hará la limpieza, mantendrá el fuego en la estufa y traducirá a los prisioneros polacos.
Tratando de contener la emoción, Josefina agradeció al comandante.
-La oficina no abre los sábados —añadió él. El problema está solucionado.
Dice el relato que Josefina «nunca más tocó una pala. Nunca más sufrió de frío. Cuando llenaban los camiones de papas, y algunas caían en el piso, ella las reunía en un lugar secreto», y luego las asaba en la estufa de carbón.* Sin lugar a dudas, una historia de fidelidad, ¿cierto? La fidelidad de una mujer que prefería morir antes que desobedecer; y de un maravilloso Dios que es fiel a sus promesas.
Hoy te alabo, Padre celestial, porque eres un Dios fiel. Ayúdame a recordar hoy y siempre que estarás conmigo todos los días hasta el fin.
* María Wilkinson, «Fidelidad tras alambres de púas», en El Centinela, marzo de 1989, pp. 14-15.