Los pensamientos humanos son aguas profundas; el que es inteligente los capta fácilmente.
Proverbios 20:5, NVI
Muchas veces, como explica el psicólogo estadounidense Mark Baker, la raíz de nuestra ira es el dolor, el miedo o la frustración. La ira en sí misma, explica en su presentación “Understanding anger from God’s perspective”, es como la luz en el tablero de tu automóvil, que te dice que debes revisar el motor.
Cuando se enciende, te dice que hay un problema debajo del capó. Tú no le das una palmadita y dices: ‘Oh, caramba. La luz roja es el problema’. No, tú debes darte cuenta de que esa luz roja -la ira-te está indicando que mires debajo del capó”. El problema es que, a menudo, preferimos la ira a la incomodidad y vulnerabilidad de engrasarnos las manos para descubrir lo que yace debajo del capó.
Imagina que vas al médico porque no te sientes bien. Entonces, él realiza una serie de análisis de sangre y de orina, y te promete que te llamarán el lunes de la semana siguiente para darte los resultados. Pero llega el jueves y aún no te han contactado.
A esta altura, ¡ya estás enojada! ¿Qué hay debajo del capó? Posiblemente también te sientes ignorada, asustada e impotente. Imagina que tu mejor amiga está muy ocupada, al punto que no responde tus mensajes de texto. Tú estás pasando por un momento desafiante y difícil, y ella no está presente para apoyarte.
Te sientes airada. Sin embargo, debajo del capó también encontrarás que te sientes herida, defraudada y abandonada. Para manejar nuestra ira de una manera constructiva debemos tener una mirada más profunda (como se ejemplifica en “Understanding Your Anger», un artículo publicado en un sitio web de preguntas sobre psicología).
Nos cuesta sentir y admitir nuestra ira porque, como escribe el psicólogo cristiano Dan Allender en The Cryof the Soul [El clamor del alma],»toda emoción -positiva o negativa- abre la puerta a la naturaleza de la realidad. Todos preferimos evitar el dolor, pero aún más, queremos escapar de la realidad”. Cuando admitimos nuestras emociones más profundas, avanzamos en el camino de la madurez y de la santidad.
Señor, dame valor para desenmascarar los sentimientos que se esconden detrás de mi ira. Bendíceme con la madurez y la humildad que necesito para admitir mis necesidades y para comunicarlas de una manera constructiva. Te agradezco por la ayuda e instrucción del Espíritu Santo. Amén.