Yo sanaré su rebelión, los amaré de pura gracia; porque mi ira se apartó de ellos.
Oseas 14:4
La premisa de este famoso reality show estadounidense era sencilla: podías recibir cinco mil dólares estadounidenses para comprarte un fabuloso vestuario nuevo, pero, a cambio, debías deshacerte de tu ropa vieja y permitir que dos asesores de moda te examinaran y criticaran frente a un espejo de 360° ty, por supuesto, frente a las cámaras de televisión, con transmisión al mundo entero).
¡Tú lo harías? Durante doce temporadas, cientos de participantes se animaron a pararse frente al temido espejo para recibir una lluvia de críticas. ¿Por qué? Porque creían que el resultado valía la pena. Al final de un proceso un tanto humillante, se verían mejor y tendrían ropa más linda. Honestamente, no sé si yo me animaría a hacer eso.
A veces creemos que invitar al Espíritu a que nos examine será como aquel reality show. Sabemos que es necesario que el Espíritu nos revele nuestros pecados, pero creemos que lo hará de una forma cruel o burlona. Sin embargo, ¡el Espíritu Santo es todo un caballero! Sí, a menudo debe apuntar los espejos hacia nuestro corazón y decir: “Querida, esa actitud te queda fea». Y esto duele, sin lugar a dudas. Pero el proceso no termina allí.
Después, el Espíritu gira los espejos para apuntar hacia arriba. Entonces, la belleza, el perdón y la restauración de Jesús se nos ofrecen de forma completamente gratuita. En Fe y obras, Elena de White explica el proceso con estas palabras: “Mediante la influencia del Espíritu Santo somos convencidos de pecado y sentimos nuestra necesidad de perdón. Solo los contritos son perdonados, pero es la gracia de Dios lo que hace que se arrepienta el corazón” (p. 37). ¡Es la gracia la que hace que nos arrepintamos!
El Espíritu Santo debe mostrarnos la fealdad de nuestras elecciones para que podamos renunciar a ellas. Sin embargo, él también sabe que si el espejo solo apunta hacia adentro y nunca hacia arriba, perderemos las esperanzas. Entonces, nos muestra la exuberante belleza del amor con la que el Padre quiere embellecernos. El Espíritu nos transforma al tomar nuestra vergüenza y cubrirnos con amor, ¡no a la inversa!
Señor, te agradezco por el don del arrepentimiento. Te agradezco porque puedo acercarme a ti sin miedo al ridículo. Tú solo me revelas mi desnudez para cubrirla, no para exponerme ante los demás. ¡Tu gracia es el mejor vestido que pueda usar!