Así, con gran gozo, darán las gracias al Padre, que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz.
Colosenses 1:11, 12, RVC.
La revista Newsweek realizó una encuesta entre los gerentes de más de doscientas empresas estadounidenses lanzándoles la siguiente pregunta: “¿Qué necesitamos tener para saber si somos aptos para obtener un trabajo?”106 Estos fueron algunos de los resultados:
El 57 % consideró que a un candidato poco atractivo, aunque esté preparado, se le hará más difícil conseguir el puesto; el 68 % afirmó que, en caso de que una persona poca atractiva sea contratada, su apariencia personal afectará la percepción que los gerentes tengan de su desempeño laboral; el 59 % aconsejó emplear tiempo y dinero en mejorar la apariencia personal; y el 64 % sostenía que las compañías deben escoger a sus empleados basándose en la apariencia de los candidatos.
Imaginemos que Dios fuera un gerente, valorando si contratarnos o no para formar parte del reino de los cielos; ¿qué requeriría nuestro Creador para que nosotros pudiéramos recibir un empleo en la empresa celestial? Si el Departamento de Recursos Humanos del Cielo evaluara nuestras peticiones, la respuesta sería que somos indignos, completamente indignos. Pero, gracias a Cristo, se puso en marcha un plan de acción a fin de que desapareciera la indignidad que nos impide ser miembros activos del reino de Dios.
El apóstol Pablo escribió: “Así, con gran gozo, darán las gracias al Padre, que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz” (Col. 1:11, 12, RVC). Él “nos hizo aptos”; es decir, “nos ha facultado”, “nos hizo competentes”, “nos ha considerado dignos” de recibir la herencia celestial. ¿Por qué Dios toma la iniciativa de hacernos “aptos”?
Porque no hay nada que nosotros podamos hacer para poner fin a nuestra ineptitud espiritual. Dios “nos hizo aptos” porque nuestras obras, por buenas que sean, no conllevan el más mínimo mérito.
En 1905, Elena de White declaró: “de Dios ejercido hacia los seres humanos indignos. Nosotros no la buscamos, sino que fue enviada en busca de nosotros. Dios se complace en concedernos su gracia, no porque seamos dignos de ella, sino porque somos rematadamente indignos.
Lo único que nos da derecho a ella es nuestra gran necesidad” (El ministerio de curación, p. 119). Sí, somos indignos, pero Dios ha prometido que nos hará aptos para su reino.
106 Jessica Bennet, “Poll: How Much Is Beauty Worth at Work?”, Newsweek.com (18 de julio de 2010).