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Les quitaré ese corazón duro como la piedra

Yo les quitaré ese corazón duro como la piedra, y les daré un nuevo corazón y un nuevo espíritu.

Ezequiel 11:19, DHH.

Dominado por una furia salvaje, el soldado golpeaba cruelmente a un creyente cristiano. La paliza fue tan grande que el cristiano casi quedó inconsciente.

Empujado por su odio, el soldado lo pateó, y con diabólica ignorancia le preguntó: “Dime, ¿qué puede hacer tu Cristo por ti antes de que mueras irremisiblemente?” Con mucho esfuerzo, el creyente balbuceó estas palabras: “Mi Cristo puede darme el poder para perdonarte”.

Creo que este cristiano no podía haber hecho una mejor selección de palabras: “El poder para perdonarte”. ¿Alguna vez hemos pedido ese poder?

Quizá hemos pedido que nuestro agresor sea castigado, que nuestro enemigo sea condenado, que nuestro detractor reciba el pago que merece… pero esas son peticiones que no requieren de un poder actuando en nosotros, puesto que constituyen la reacción más habitual de gente que tiene un corazón de piedra.

Nuestro Señor Jesucristo, aun pudiendo pedir a su Padre una legión de ángeles para que lo defendiera de sus detractores, prefirió usar su poder para elevar esta petición: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Luc. 23:34).

Así como el Señor tiene poder para sanar (ver Luc. 6:19), para mandar al castigo eterno (ver Luc. 12:5), para sentarse “a la diestra del poder de Dios” (Luc. 22:69), también tiene la “potestad en la tierra para perdonar pecados” (Luc. 5:24).

Dios espera que estemos tan dispuestos a perdonar a otros como él lo está a perdonarnos a nosotros. Pablo nos hace esta solemne petición: “Sean buenos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, como Dios los perdonó a ustedes en Cristo” (Efe. 4:32, DHH).

Fíjate que a mitad del versículo encontramos la conjunción como, que funciona aquí como un adverbio de comparación entre lo que hacemos nosotros y lo que hace Dios. Juan Crisóstomo dijo: “Nada nos asemeja más a Dios que estar siempre dispuestos a perdonar”.

Y para ser semejantes a Dios necesitamos un corazón que no sea de piedra, por eso él nos prometió: “Yo les quitaré ese corazón duro como la piedra, y les daré un nuevo corazón y un nuevo espíritu” (Eze. 11:19, DHH).

Gracias a ese nuevo corazón, siempre estaremos listos para recibir el poder que nos inducirá a perdonar a quien nos ha maltratado.

J. Vladimir Polanco se ha desempeñado como pastor, profesor de teología y editor. Es el Editor de Publicaciones Teológicas de IADPA y director de la revista misionera "Prioridades", publicada mensualmente en cinco idiomas. El es el autor de varios libros.