Yo sé que el Señor les ha dado esta tierra a ustedes, porque él ha hecho que nosotros les tengamos mucho miedo. Todos los que viven aquí están muertos de miedo por causa de ustedes.
Josué 2:9
En Jericó ocurrió una conversión inesperada: Rahab y su familia aceptaron a Dios. Cuando ella recibió y escondió a los dos espías de Israel dijo: “El Señor, el Dios de ustedes, es Dios lo mismo arriba en el cielo que abajo en la tierra” (vers. 11).
Reconoció que los dioses de Canaán no tenían poder; estaba segura de que Jericó caería y que a Israel nada ni nadie lo detendría. Aunque a nosotros nos sorprende su determinación, Dios había trabajado en su corazón por mucho tiempo.
Aun sin medios masivos de comunicación, como un noticiero para enterarse de qué pasaba en el mundo o una red social con noticias virales, el avance de Israel era tema común de conversación.
Ella estaba bien enterada de lo que había sucedido desde que Dios abrió las aguas del Mar Rojo. “Sabemos que cuando ustedes salieron de Egipto, Dios secó el agua del Mar Rojo para que ustedes lo pasaran” (vers. 10).
Otras personas también podrían haber tomado la misma decisión que Rahab, de ponerse del lado de Dios; pero la mayoría prefirió seguir confiando en sus dioses, su ejército o sus murallas.
Así, la fe de Rahab y su familia se destaca como una radiante luz en la oscuridad, al punto que en Hebreos 11 se menciona a Rahab por nombre, como un ejemplo de fe.
La fe de Rahab se demostró en hechos concretos: recibió y protegió a los espías, reconoció al Dios de Israel, imploró por su familia y obedeció la instrucción.
La instrucción era clara: colocar un cordón rojo por la ventana de su casa de tal forma que sirviera como señal para que, al verla, los israelitas no atacaran a sus moradores.
El cordón rojo representó la sangre de Cristo vertida en la cruz por nosotros, para librarnos de la muerte eterna y asegurarnos la vida eterna.