Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera, porque en ti ha confiado.
Isaías 26:3
William Gladstone, el hombre que fue cuatro veces primer ministro de Gran Bretaña, es considerado uno de los más célebres y capaces políticos de la época victoriana del Imperio Británico.
Como hemos de suponer, un cargo como ese conlleva una gran responsabilidad y una agenda sumamente ocupada. Una vez le preguntaron cómo podía mantenerse sereno y sosegado en medio de tantas ocupaciones, y esta fue su respuesta:
“A los pies de mi cama, en un lugar que puedo ver al acostarme y al levantarme, están estas palabras: ‘Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera, porque en ti ha confiado’ ” (Isa. 26:3).
Las palabras de Isaías forman parte del tercer canto que integra el conocido como “Apocalipsis de Isaías 24 al 27” o “Juicio de Dios contra las naciones”. El capítulo 26 es un poema en el que el pueblo expresa su plena confianza en Dios tras haber pasado por la incertidumbre provocada por las tribulaciones.
El versículo citado por Gladstone nos habla de una confianza que se fortaleció por la firme determinación de “perseverar” en tener una mente enfocada en el Señor. Esta constancia en las cosas de Dios aleja de nosotros la claudicación, la ambivalencia, el doble ánimo espiritual. El Salmo 112, al referirse al que tiene ese tipo de confianza, lo define como alguien cuyo “corazón está firme; no tiene miedo” (vers. 8, DHH).
Precisamente, no tenemos miedo, no perdemos el sosiego ante los ataques del mundo, porque vivimos en “completa paz”, una paz que es profunda, perfecta y permanente. Pablo agrega: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Rom. 5:1); es decir, esa paz completa nos llega gracias a la obra de Cristo.
Lo que indica que si no estamos en Cristo, nunca podremos alcanzar ese estado de paz genuina y duradera. Desde esa perspectiva, en un mundo dominado por la inmediatez, la premura y el desasosiego, si rendimos nuestros pensamientos a Dios, él nos regalará esa paz “que sobrepasa todo entendimiento” (Fil. 4:7).
La prisa de la cotidianidad no ha de ahogar nuestra búsqueda de Dios. La tiranía de lo urgente nunca debería llevarnos a descuidar lo que realmente es importante.
Si a un estadista de la talla de Gladstone le dio resultado mantener sus pensamientos centrados en Dios, ¿no podría también funcionarnos a nosotros?