Así que no temas al que se enriquece y aumenta el lujo de su casa.
Salmos 49:16, PDT.
Llegar a Estados Unidos con dos hijas y sin apoyo financiero no fue fácil. Realicé todo tipo de trabajos: cuidé niños, limpié pisos, trabajé en compañías manufactureras, etcétera.
Mantuve siempre en mente este pensamiento: Estoy preparada para algo mejor. Cuando conseguí mi primer trabajo profesional, pude también comprar mi primer automóvil. Seguí fiel a mi Señor y fui estricta en mis finanzas.
Tuve la bendición de lograr un mejor empleo y pude comprar un apartamento. Cuando llegó la crisis económica de 2008, muchos amigos tuvieron que entregar sus casas por la imposibilidad de pagar las cuotas de la hipoteca. Entendí que la razón por la cual Dios me había permitido a mí un apartamento y no una casa grande era porque no hubiese podido pagar las cuotas durante la época de recesión económica.
He descubierto por experiencia propia que las fieles hijas de Dios tenemos derecho a prosperar, pero no debemos envidiar a quienes tienen más o han logrado ilícitamente más cosas.
“Se está apoderando del mundo un afán nunca visto. En las diversiones, en la acumulación de dinero, en la lucha, hasta en la lucha por la existencia, hay una fuerza terrible que embarga el cuerpo, la mente y el alma. En medio de esta precipitación enloquecedora, habla Dios.
Nos invita a apartarnos y tener comunión con él. ‘Estad quietos, y conoced que yo soy Dios’ (Sal. 46:10)” (Ed, p. 260).
“¡Oh, cuán importante es que la fidelidad en las cosas pequeñas caracterice nuestra vida, que una verdadera integridad se manifieste en toda nuestra conducta, y que siempre tengamos presente que los ángeles de Dios están al tanto de todos nuestros actos! Y que lo que les hagamos a los demás recaerá sobre nosotros.
Siempre deberíamos tener temor de tratar injusta y egoístamente a los demás. Mediante la enfermedad y la adversidad el Señor nos quitará mucho más de lo que hemos obtenido explotando a los pobres. Un Dios justo evalúa exactamente todos nuestros motivos y actos” (2TI, p. 143).
¿Cómo ha sido tu integridad financiera? No tardes en enmendar cualquier error, y si has sido víctima de abuso financiero, ora y perdona a quien te haya hecho ese agravio. No vale la pena vengarte o desearles el mal, deja todo en las manos de Dios.
Él es quien te dice: “No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Rom. 12:19).