Ahora vemos por espejo, oscuramente; pero entonces veremos cara a cara.
1 Corintios 13:12
Pocas cosas marcan tan profundamente la vida de un niño como las travesuras. Por lo menos en mi experiencia personal así fue. Nunca olvidaré el día en que decidí que los tacones de los zapatos de mi mamá eran un micrófono.
Sí, mi creativa mente infantil estaba convencida de que aquel sería el instrumento ideal para amplificar mi voz. Así que tomé la decisión de agarrar “mi micrófono” y darle un buen uso. Cuando extendí la mano para alcanzar el “aparato”, toqué un cable eléctrico y de inmediato una enorme fuerza comenzó a sacudir mi cuerpecito de cinco años. Gracias a Dios, mi mamá estaba muy cerca, se percató de lo que estaba pasando y arrancó de raíz el funesto cable.
Mi travesura creó una impresión indeleble en mi mente y me enseñó dos lecciones importantes. Hoy compartiré la primera: no siempre lo que vemos es real. Yo veía un micrófono, pero era el tacón de un zapato. En nuestra cotidianidad solemos ver lo que no es. ¿Por qué? Porque tenemos supuestos muy arraigados que nos moldean, y condicionan la forma en la que vemos nuestra realidad.
Lo cierto es que son muchas las ocasiones en las que, impulsados por el sentido de la vista o del tacto, suponemos ingenuamente que somos dueños de la realidad. De hecho, la desgracia de nuestro mundo comenzó cuando “al ver la mujer que el árbol era bueno para comer, agradable a los ojos y deseable para alcanzar la sabiduría, tomó de su fruto y comió” (Gén. 3:6).
Eva vio y creyó que en ese árbol había sabiduría; sin embargo, la realidad es que comer de ese fruto lo único que provocaría era la muerte (ver Gén. 2:17). Y es que “los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida” no provienen de Dios (ver 1 Juan 2:16). Satanás se las arregla para que nuestros “sentidos sean de alguna manera extraviados de nuestra fidelidad a Cristo” (2 Cor. 11:3).
En realidad, la Palabra de Dios dice que “ahora vemos de manera indirecta, como en un espejo, y borrosamente”; que nuestro “conocimiento es ahora imperfecto”; no obstante, para nosotros es esta promesa: “Pero un día veremos cara a cara” (1 Cor. 13:12, DHH).
Ese día no nos dejaremos confundir por la vanidad de nuestros ojos.