No nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve, ya que las cosas que se ven son pasajeras, pero las que no se ven son eternas.
2 Corintios 4:18, DHH.
Hablemos hoy de la segunda lección que aprendí al dejarme confundir por mis propios ojos: que no podamos ver algo no significa que no exista. Vivimos en una época en la que la gente suele sentirse orgullosa de creer únicamente lo que es capaz de ver.
Cómodos con nuestra suposición, seguimos el ejemplo de Tomás, el discípulo de Jesús, y decimos: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y meto mi dedo en el lugar de los clavos, y meto mi mano en su costado, no creeré” (Juan 20:25).
Tomás nos cautiva, nos inspira; nos identificamos con su estilo: ver para creer. Pero mi pequeño instante de locura, como leímos ayer, me demostró que no tengo que ver la electricidad para saber que existe.
En lo que respecta a la vida espiritual, ver no es nuestra primera opción. Aunque no podamos ver a Dios, hemos de tener la absoluta certeza de que él existe y de que se encuentra muy cerca de nosotros. Pablo declara: “No nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve, ya que las cosas que se ven son pasajeras, pero las que no se ven son eternas” (2 Cor. 4:18, DHH). La idea lamentable de este pasaje es que prestamos más atención a lo visible en detrimento de lo invisible, cuando no debiera ser así.
Precisamente en fijarse en lo que no podía ser percibido por el sentido de la vista radicó el éxito de Moisés: “Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija del faraón, prefiriendo ser maltratado con el pueblo de Dios, antes que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas el oprobio de Cristo que los tesoros de los egipcios, porque tenía puesta la mirada en la recompensa. Por la fe dejó a Egipto, no temiendo la ira del rey, porque se sostuvo como viendo al Invisible” (Heb. 11:24-27).
La última frase es maravillosa: “Porque se sostuvo como viendo al Invisible”. El Invisible sigue sosteniendo nuestra vida, porque “andamos por fe, no por vista” (2 Cor. 5:7, RVA-2015). Los corrientazos de la vida nos han enseñado a ver al que no se ve.