Has convocado de todas partes mis temores, como en un día de solemnidad; Y en el día del furor de Jehová no hubo quien escapase ni quedase vivo; los que crie y mantuve, mi enemigo los acabó.
Lamentaciones 2:22.
Las Lamentaciones de Jeremías son poemas con el tono de un canto fúnebre. Describen el dolor y la desesperación durante la destrucción de Jerusalén. Su propósito es mostrar que la desobediencia a Dios conduce al desastre, y que Dios sufre cuando su pueblo sufre.
Los castigos de Dios sobre la impía Jerusalén incluían: niños muriendo en brazos de sus madres, mujeres comiendo a sus hijos para sobrevivir, el templo destruido, y muertos sus líderes.
Resulta fácil culpar a Dios de toda la maldad y el sufrimiento, pero esto no es justo. Igual que mucha gente piensa así hoy, también era un malentendido del pensamiento hebreo: cuando Dios no previene el peligro es presentado como si lo causara. Judá rompió el pacto con Dios, entonces Dios retiró su protección.
Los símbolos que representaban seguridad para Jerusalén ya no existían: las puertas de la ciudad, el liderazgo real, el arca con la ley de Dios y la dirección profética. Dependieron solo de símbolos y ceremonias y no notaron que la presencia divina se había retirado del templo. “Cuando la presencia de Dios finalmente se retiró de la nación judía, tanto los sacerdotes como el pueblo lo ignoraron.
Aunque estaban bajo el dominio de Satanás y guiados por las pasiones más horribles y malignas, todavía se consideraban el pueblo escogido de Dios” (CS, pp. 672, 673). Ocurrirá igual al final de la historia de este mundo:
Cuando él (Jesús) abandone el santuario, las tinieblas envolverán a los habitantes de la tierra. […] El poder restrictivo impuesto sobre los malos es quitado y Satanás domina totalmente a los impenitentes empedernidos.
La paciencia de Dios ha concluido. El mundo ha rechazado su misericordia, despreciado su amor y pisoteado su ley. Los impíos han traspuesto los límites de su tiempo de gracia; el Espíritu de Dios, al que se opusieran obstinadamente, acabó por apartarse de ellos.
Desamparados ya de la gracia divina, no tienen protección del maligno. Entonces Satanás sumirá a los habitantes de la Tierra en una gran tribulación final.
Cuando los ángeles de Dios dejen ya de contener los feroces vientos de las pasiones humanas, todos los elementos de contención se soltarán.
El mundo entero será envuelto en una ruina más espantosa que la que cayó antiguamente sobre Jerusalén (ibíd., pp. 671, 672).