Aunque yo ande en medio de la angustia, tú me vivificarás; extenderás tu mano contra la ira de mis enemigos, y tu diestra me salvará.
Salmos 138:7, NBLA.
De acuerdo a un reporte de Christianity Today, en las escuelas secundarias de China se usa un libro de ética que cambió completamente la historia que encontramos en Juan 8. La propuesta de la edición china plantea que cuando la mujer adúltera fue llevada delante de Jesús, el Maestro exigió que se cumpliera la ley y fue el primero en comenzar a apedrear a la culpable.166
Por supuesto, uno puede tildar de blasfemia lo dicho en ese libro (y en realidad es una blasfemia); no obstante, no podemos obviar que la ley de Moisés requería que la mujer fuera apedreada irremisiblemente (ver Lev. 20:10;Deut. 22:21).
Sin embargo, contrario a lo que se esperaba, Jesús no pronunció ninguna palabra de condenación contra aquella mujer, y se limitó a decir: “Ni yo te condeno; vete y no peques más” (Juan 8:11). En lugar de apedrearla, Cristo decidió perdonarla.
Me siento tentado a suponer que los escribas y fariseos habrían apreciado más la versión del relato que acaba con la muerte del pecador. Y yo me pregunto: ¿Qué final habríamos querido nosotros? Por lo general, ignorando nuestra “humana debilidad” (Rom. 6:19) nos convertirnos en verdugos de los que son tan débiles como nosotros.
¿Cuántas veces hemos levantado nuestra voz y nuestras manos en contra de los que han sido encontrados “con las manos en la masa”?
Sin embargo, cuando toda la multitud se deleitaba en ver a esa pobre mujer avergonzada y con su dignidad hecha añicos, nuestro bondadoso Maestro la trató con respeto y piedad. Y es que, como dice Elena de White, Cristo “no censuró la debilidad humana” (El Deseado de todas las gentes, p. 319), y por ello no pronuncia palabras que profundicen la culpa de la mujer.
Contrariamente a lo que a menudo suponemos, él es “paciente con los ignorantes y extraviados” (Heb. 5:2). En la experiencia de la mujer de Juan 8 vemos el cumplimiento de la promesa del Salmo 138, versículo 7: “Aunque yo ande en medio de la angustia, tú me vivificarás; extenderás tu mano contra la ira de mis enemigos, y tu diestra me salvará” (NBLA).
El Dios que salvó a la adúltera es el mismo que hoy; sin importar cuál sea nuestra angustia, nos salvará con su diestra a nosotros también.
166 Christianity Today (diciembre de 2020), p. 18.