Así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo.
1 Corintios 12:12.
En 1992, en el momento de las Olimpiadas, yo vivía en Barcelona. En el tiempo de las competiciones se podía observar una gran cantidad de atletas por las calles y las plazas de la ciudad. Nos gustaba, a mi esposa y a mí, adivinar por el aspecto físico la disciplina a la que pertenecía cada deportista.
Era muy fácil detectar a los jugadores de baloncesto, sobresalían por encima de cualquier cabeza. La gente de halterofilia desplegaba unos hombros y bíceps inmensos y contrastaban con las gráciles jovencitas de gimnasia rítmica. Me sorprendieron los corredores de maratón, tan pequeños y tan fibrados. Era indudable: la práctica hace al cuerpo.
Y me pregunto, ¿cómo debiera ser el cuerpo en Cristo? Algunos podrían pensar que debiera ser la figura de un luchador de sumo: grande, poderosa, pesada, estática. Otros, que debiera asemejarse a la de un boxeador: capaz de encajar y de responder golpes, dinámica, hiperactiva.
Otros la compararían con las sutiles formas de la natación sincronizada, donde el grupo es mucho más relevante que el individuo. Algunos, incluso, a las de un saltador de trampolín, con su capacidad de hacer piruetas para despertar emociones y admiración.
No lo veo así. Creo que sería la figura de un joven caminante que desarrolla armoniosamente cada músculo, tendón y nervio de su cuerpo en diario caminar por la naturaleza.
Sus ojos están acostumbrados a otear el horizonte. Sus oídos distinguen los diferentes trinos de las aves. Su olfato disfruta con los aromas de las estaciones. Sus pies avanzan con ritmo acompasado de brazos y columna. Hablar de un cuerpo perfecto es hablar de que todos somos todo.
Eres un miembro del cuerpo de Cristo, no lo dudes. ¿Estás en forma? ¿Hipertonificado o hipotonificado? ¿Aportas armonía? Puede parecerte extraño, pero para que exista orden en tu congregación, para que la adoración sea adecuada, debes vivir en equilibrio.
El equilibrio es orden y tu equilibrio es el equilibrio de los demás. ¿Cómo puedes hacerlo? Fácil, empieza por amarte a ti mismo tanto que comiences a amar a los demás. Ese es el punto, ni más (olvidándote de ti) ni menos (olvidándote de los demás). Y eso no lo digo yo, lo dijo Jesús (Mar. 12:31).
Me gustaría, cuando llegue el final de estas olimpiadas cósmicas en las que estamos compitiendo, que los seres de otros mundos nos miren y comenten: “Eso sí que es un cuerpo perfecto, el cuerpo de Cristo”. Estaría bien, ¿verdad?