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Mostaza

Y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad, porque “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes”.

1 Pedro 5:5

La primera imagen que viene a nuestra mente cuando recordamos la parábola de la mostaza hace referencia a que el Reino de los cielos es un espacio lleno de posibilidades, que abraza la potencialidad. Se nos recuerda que somos modestos, pequeños, casi diminutos, pero esa condición no se opone al horizonte que se nos presenta.

El Reino de los cielos no esconde nuestra naturaleza sino que, además, y es lo mejor, nos hace visualizar nuestras oportunidades. Es interesante la fórmula constante de Jesús de “cuando te sientes pequeño es cuando comienzas a ser grande”.

La semilla de la mostaza es diminuta, sería absurdo describirla con otras medidas que no estuvieran relacionadas con la pequeñez. Es lo que es, insignificante en cuanto a tamaño. De igual manera, el Reino de Dios, a los ojos de este mundo, surge como algo nimio, apenas apreciable.

Un simple carpintero galileo insistirá en que lo relevante no es lo que somos sino lo que podemos llegar a ser. Somos criaturas confusas y podemos llegar a abrazar la verdad. Somos seres de mirada desdibujada y podemos llegar a percibir las formas de lo divino.

Somos inestables, egoístas, y podemos incorporar la certeza y la generosidad en cada uno de nuestros actos. Somos poca cosa pero, gracias a Jesús, podemos ser grandes, inmensos.

¿Por dónde comenzar? En primer lugar, renunciando a la soberbia y al orgullo. Abandonemos la petulancia que expresa nuestras inseguridades más íntimas y amparemos los valores de la humildad y de la modestia. En segundo lugar, aceptando el llamado a ser grandes acogiendo. No confundamos humildad con sumisión.

La humildad es activa porque permite comprender lo que realmente somos y cuánto nos asemejamos como humanos. La humildad en Cristo nos aproxima a aquellos que nos rodean con el anhelo de estrecharnos en humanidad, de crecer en ternura y apoyo. Y, por último, hemos de afirmar que todos somos pequeños, gracias a lo cual seremos grandes.

Cuando hay que poner algo en orden se prioriza lo importante sobre lo secundario. En la adoración, como en muchas otras cosas de la vida, se debe priorizar el fondo sobre la forma.

Y la gracia del Señor reside en aquellas personas que se saben, humildemente, mostaza y que albergarán luego multitudes bajo su bondad. Aquellas personas que ponen en primer lugar a su Dios.

Víctor M. Armenteros es doctor en Filología Semítica por la Universidad de Granada y doctor en Teología (Antiguo Testamento) por la Universidad Adventista del Plata (Argentina). Durante más de una década ha sido profesor de Sagrada Escritura y Lenguas Bíblicas en el Seminario Adventista de España. Actualmente comparte la docencia con la gestión, al ejercer como director de los estudios de posgrado de la Universidad Adventista del Plata y de la sede austral (Argentina, Paraguay y Uruguay) del Seminario Adventista Latinoamericano. Es miembro de la Asociación Española de Estudios Hebreos y Judíos. Ha colaborado como traductor en la Biblia Traducción Interconfesional y forma parte del equipo editorial de la revista DavarLogos. Es, a su vez, autor de diversos artículos sobre escritos bíblicos y literatura rabínica.