Así que todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos, pues esto es la Ley y los Profetas.
Mateo 7:12.
El mismo Dios que sintetizó todo el mensaje inspirado en la Regla de Oro, permitió que otros pueblos percibieran ese mensaje esencial. Observa cuánto se parecen estas citas.
- Budismo: “No trates a otros de maneras que tú mismo encontrarías hirientes” (Buda, Udanavarga, 5, 18).
- Confucianismo: “La benevolencia máxima es no hacer a los demás lo que no quieras que te hagan a tí” (Confucio, Las Analectas, 15, 23).
- Hinduismo: “El deber supremo es no hacer a los demás lo que te causa dolor cuando te lo hacen a ti” (Mahabharata, 5, 15, 17).
- Jainismo: “Uno debiera tratar a todas las criaturas en el mundo como a uno le gustaría ser tratado” (Mahavira, Sutrakritanga, 1, 11, 33).
- Judaísmo: “Lo que para ti es odioso, no lo hagas a tu prójimo. En esto consiste toda la Ley; todo lo demás es un comentario” (Talmud Sabbat, 31a).
- Islam: “Ninguno de vosotros cree verdaderamente hasta que queráis para otros los que deseáis para vosotros mismos” (Mahoma, Sahih al-Bukhari, 13).
Dios puso en el corazón de todos los pueblos el sentido de respeto. Respeto por uno mismo y respeto por lo demás. Ser personas espirituales y de bien pasa de forma imprescindible por este valor. Respetar es la mecánica de toda ética, es el sentido de toda relación. Pero ¿cómo conseguirlo? Muchas de esas frases se han mostrado como relevantes, pero no han pasado de ser una cita para muchos de los seguidores de esas religiones. Incluyo en esta afirmación a muchos cristianos. ¿Cómo conseguirlo? Jesús lo dice en unos versículos previos: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá, porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” (Mat. 7:7, 8). La respuesta es: pidiéndole a Dios que nos ayude. Nuestro Dios es el Señor de absolutamente todas las criaturas de este mundo y anhela poner la semilla del respeto en nuestro corazón. Él puede cuidarla cuando es una frágil plantita, y protegerla cuando crece y las adversidades pretenden marchitarla. Cuida de nuestro respeto con suma intensidad, porque sabe que es la clave para que sigamos comprendiéndonos como personas.
Te propongo este pensamiento: “Señor de todos nosotros, haznos tan tuyos que nos sintamos nuestros, tan nuestros que nos hallemos cercanos, tan cercanos que podamos vivir juntos y respetarnos”.