Porque tú, Señor, eres bueno y perdonas; eres todo amor con los que te invocan.
Salmos 86:5
El chico incluso trató de evitarlo, pero la pelota se escapó de lo que hubiera sido un pase casi perfecto y se estrelló contra el pie de la mesa de centro, haciendo que el portarretratos se tambaleara de un lado a otro hasta caer al suelo. ¡Crash!
–¡No puedo creerlo, el portarretratos favorito de mi madre! –dijo, ofuscado, mientras miraba los fragmentos en el suelo.
Todavía estaba mirando hacia abajo cuando sintió una mano que le tocaba el hombro.
–Mantente alejado de los vidrios rotos. No toques nada hasta que recojamos todo.
Mamá volvió de la cocina con una pala y dos guantes de goma. Se los entregó al chico, que seguía en silencio, triste, mirando los daños. Mientras recogía los pedazos, finalmente logró decir algo:
–Discúlpame por haberlo roto, mamá. Sé cuánto te gustaba ese portarretratos. Lo siento mucho… Nunca volveré a jugar a la pelota aquí en la sala de estar.
–Está todo bien, hijo. Sé que aprendiste tu lección. No te preocupes, estás perdonado.
¡Qué alivio escuchar esas palabras! El perdón de su madre era todo lo que el chico deseaba en ese momento.
Tú y yo también hacemos cosas que entristecen el corazón de Dios.
Y nuestro Padre, con su inmensa bondad, está siempre dispuesto a perdonarnos. ¿Hay algo que hayas hecho que necesite perdón? Él quiere escucharte y darte el alivio del perdón.
Querido Dios, gracias por escucharme y perdonarme.