Jehová abomina el peso falso, pero la pesa cabal le agrada.
Proverbios 11:1
Hierón II fue rey de Siracusa en el siglo II a.C. Como cualquier monarca de su época, deseaba llevar una corona lo más ostentosa que le fuera posible. Con esta pretensión encargó a un orfebre que le hiciera una corona de oro puro. Y así, aparentemente, lo hizo. Hierón II, sin embargo, tenía sus dudas y consultó sobre el asunto a uno de sus parientes que tenía fama de ser un gran intelectual: Arquímedes.
Arquímedes lo tenía muy difícil porque no podía alterar la corona, apenas si arañarla, y debía averiguar qué había en su composición. ¿Era oro puro? ¿Estaba mezclado con algún otro metal? ¿Cómo averiguarlo? Con el problema rondando en su cabeza, se fue a los baños públicos a relajarse. Se metió en el agua y… “¡Eureka!” (“¡Lo encontré!”, en griego).
El volumen de su cuerpo desplazaba una cantidad similar de agua. Sabía cómo averiguar si el orfebre había hecho trampa o no. Y sí, tristemente había hecho trampa. Esa acción le costó la vida al orfebre e hizo famoso a Arquímedes.
Algunos piensan que hacer trampas, ser avivado, aprovecharse de los demás es una virtud, pero no es así, ni mucho menos. Hay un refrán que dice que “la falsedad tiene las piernas cortas, se la atrapa muy pronto”. Y tiene toda la razón. Puede que a corto plazo pensemos que ganamos algo.
A largo plazo, sin embargo, comprendemos que es un error; y, a plazo eterno, que lo perdemos todo. ¿Qué ganó ese orfebre? En un principio, una mayor paga, quizás un caballo nuevo, una casa mejor… Después, el desprestigio, la deshonra y la muerte. Hoy, el recuerdo en la historia de un farsante.
Perdona que sea tan contundente en esta afirmación: ¡No hay virtud en la deshonestidad! No te engañes, no hay excusa que te permita hacer las cosas mal. Ese no es el perfil de un cristiano auténtico.
A Dios le gustan las cosas bien hechas, y la justicia se viste de pequeños detalles: la integridad en un examen, el trabajo hecho a conciencia, la exigencia de un pago adecuado, el compromiso de palabra y la honestidad como lema de vida. Le dan asco los chanchullos, las trampas, el jactarse de los avivados que viven en la zona gris de la moralidad.
Dios te propone ser auténtico, no “casi” cristiano sino un cristiano puro, íntegro, de verdad. Un cristiano de esos que cuando la gente los conoce no tiene otra opción que decir “¡Eureka! ¡Hemos encontrado a alguien de valor!”