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La mirada del ángel

Mirad que no menospreciéis a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos.

Mateo 18:10.

La foto era impactante y se hizo viral en la red. Un niño sirio, no tendría más de tres años, de cabello azabache y enormes ojos, lloraba. Su piel era una mezcla de polvo y sangre. Su cuello se teñía de rojo por las heridas que padecía.

Su rostro manifestaba la incomprensión y el dolor. Una imagen más de las guerras sin sentido, diría más de uno de los que se han cauterizado con las noticias de la televisión. Pero ese niño, poco antes de morir dijo una frase que llega hasta los tuétanos: “Cuando muera le contaré todo a Dios”.

Me imagino a su ángel guardián, aquel que sabe lo que somos y lo que es el Señor. Me imagino su mirada cuando contempla al Padre tras la muerte de ese pequeño. Me imagino a Dios, que lo ve todo, con lágrimas en sus ojos.

Esos ojos cansados de dolor, de irregularidad, de pecados que alteran a los mayores y afectan a los pequeños. Y aquel ángel no tiene palabras, porque no hay palabras para la locura o la violencia. Solo espera que el día llegue ya, porque ya ha visto morir a muchos pequeños que no entienden qué pasa.

A Dios le gustan los niños, por eso puso en nuestro corazón el sentido de la ternura. A Dios le gustan los niños, por eso los hizo diminutos, pero perfectos.

A Dios le gustan los niños, por eso viven su creatividad en gracia y espontaneidad. Dios tiene pasión por esas criaturas y le duele como ninguna otra cosa que le digan que les han hecho daño. ¡Que nadie toque a sus pequeños, porque se las tendrá que ver con él!

A nosotros, si somos verdaderos hijos de Dios, nos tienen que seguir doliendo estas cosas. No nos cautericemos por mucho que las veamos noticia tras noticia. No permitamos que nuestra sensibilidad por los pequeños decrezca. Continuemos siendo personas.

Es más, proporcionemos actitudes a esos pequeños que les hagan entender algo mejor este mundo y el horizonte que nos anima. No es justo lo que pasa, en absoluto, pero lo que pasa, y es una promesa divina, pasará.

Nuestros ángeles nos ven y, también, ven a Dios. Hagámoslo mejor por ellos. Nuestros pequeños nos ven y, tristemente, no ven físicamente a Dios.

Pero se lo cuentan todo. Esforcémonos en hacerlo mucho mejor por ellos. Es lo justo. Es lo que nos hace personas.

Víctor M. Armenteros es doctor en Filología Semítica por la Universidad de Granada y doctor en Teología (Antiguo Testamento) por la Universidad Adventista del Plata (Argentina). Durante más de una década ha sido profesor de Sagrada Escritura y Lenguas Bíblicas en el Seminario Adventista de España. Actualmente comparte la docencia con la gestión, al ejercer como director de los estudios de posgrado de la Universidad Adventista del Plata y de la sede austral (Argentina, Paraguay y Uruguay) del Seminario Adventista Latinoamericano. Es miembro de la Asociación Española de Estudios Hebreos y Judíos. Ha colaborado como traductor en la Biblia Traducción Interconfesional y forma parte del equipo editorial de la revista DavarLogos. Es, a su vez, autor de diversos artículos sobre escritos bíblicos y literatura rabínica.