Me dijo: “Pablo, no tengas miedo, vas a presentarte ante el emperador. Dios salvará tu vida y la de todos los que navegan contigo.
Hechos 27:24, PDT.
La tripulación siguió en alta mar durante casi dos semanas, hambrientos y atemorizados, pensando que vivían sus últimas horas. Pablo les dio un mensaje de esperanza: “Tengan buen ánimo”, “Tengan valor”, “No se desalienten”. Ten siempre una palabra de esperanza para quien sufre, y de valor para quien tiene miedo.
Pablo les contó que le había visitado un ángel, y les comunicó su mensaje: que era el plan de Dios que Pablo compareciera ante César, y que ninguno perecería, aunque perderían el barco. Los animó a tener confianza en Dios.
Si te encuentras en medio de una tragedia devastadora, que tu confianza en Dios sea contagiosa para los que te rodean.
Pablo aseguró: “Yo confío en Dios que será así como se me ha dicho” (Hech. 27:25). No había razones para dudar, por eso su mensaje comienza y termina con la misma exhortación: “Tened buen ánimo”.
Probablemente se sorprendieron de que un prisionero diera un mensaje de confianza; no les quedó duda de que no se trataba de un preso común. Aunque habían pasado días de peligro y angustia, y no se veía solución, Pablo seguía confiando.
No pierdas la fe, aunque no veas la respuesta inmediata de Dios. No te entristezcas ni dudes. Dios ha escuchado tu lamento. “La vida religiosa no es sombría ni triste, sino llena de paz y gozo, rodeada de una dignidad como la de Cristo y de una santa solemnidad.
Nuestro Salvador no nos estimula a que abriguemos dudas, temores y presentimientos perturbadores; estos sentimientos no proporcionan alivio al alma, y por lo tanto deberían ser rechazados, y de ninguna manera encomiados” (2MCP, p. 478).
Los marineros escucharon y creyeron a Pablo de que ninguno perecería; entonces soltaron las anclas y las sogas que sostenían el esquife, dejando que se perdiera en el mar. Pablo tomó algo de alimento y agradeció a Dios, y los demás se animaron y lo imitaron.
Sé un modelo de paz en medio de la tribulación. “Disponemos solamente de un día a la vez, y en él hemos de vivir para Dios. Por ese solo día, mediante el servicio consagrado, hemos de confiar en la mano de Cristo todos nuestros planes y propósitos, depositando en él todas las cuitas, porque él cuida de nosotros” (2MCP, p. 475).
Por fuerte que sea la tormenta, siempre es temporal, pero las bendiciones son eternas.