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Desde el Fin del Mundo

Murió José a la edad de ciento diez años; lo embalsamaron, y lo pusieron en un ataúd en Egipto.

Génesis 50:26

El 31 de diciembre de 2014 envié tres postales a mis sobrinos. Eran postales de pingüinos; no tenían nada de especial, salvo que fueron enviadas un fin de año desde el Fin del Mundo (Ushuaia). El sur de Argentina nos retrotrae a los relatos de Julio Verne o de Antoine de Saint Exupéry, relatos de aventuras. De Saint Exupéry, notable piloto aeropostal, sabemos que tomó su idea de una boa que se comió un elefante, de la Isla de los Pájaros de Chubut. Una boa que los adultos, en El principito, confunden con un sombrero.

Es muy curioso, porque esta isla no es una isla sino un tómbolo, ya que cuando llega la bajamar se une al continente. Tampoco es un lugar donde habitan los pájaros, como mucho se podría decir que las aves marinas la sobrevuelan. Y es que hay cosas que parecen algo que no son.

José murió. Había vivido una existencia de aventuras, había conocido lo más oscuro y lo más espléndido. Destacó como hermoso joven y sabio anciano. Supo de épocas de vacas gordas y de vacas flacas.

Muchos hicsos, pueblo de pastores, pensarían que era uno de ellos, y juntos gobernaron. Muchos egipcios, pueblo de tradiciones supramundanas, pensaron que era uno de ellos y lo embalsamaron. Pero José no era ni hicso ni egipcio, era un hebreo que confiaba en el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Su esperanza estaba puesta en Jehová y en sus promesas. Por eso, a José le vino el final, desde una lejana tierra del sur, en paz.

Juan nos envió una carta desde una isla perdida en el Mediterráneo, una carta sobre asuntos que parecen una cosa y son otra, sobre el final de los tiempos personal y universal. Es un texto que destaca por insistir en que “lo esencial es invisible a los ojos”, y lo esencial es que Dios participa de la historia y se compromete con nosotros.

En un momento, en Apocalipsis 22:12 y 13, llega a recordar las palabras de Jesús: “¡Vengo pronto!, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último”.

Acabamos el año; comenzamos el año. El sitio donde estamos puede parecer el confín de la Tierra, pero está a un paso de nuevos y espectaculares lugares.

Y es que las cosas no son lo que parecen y, suceda lo que suceda, Dios, como a José o a Juan, nos acompaña y acompañará.

Víctor M. Armenteros es doctor en Filología Semítica por la Universidad de Granada y doctor en Teología (Antiguo Testamento) por la Universidad Adventista del Plata (Argentina). Durante más de una década ha sido profesor de Sagrada Escritura y Lenguas Bíblicas en el Seminario Adventista de España. Actualmente comparte la docencia con la gestión, al ejercer como director de los estudios de posgrado de la Universidad Adventista del Plata y de la sede austral (Argentina, Paraguay y Uruguay) del Seminario Adventista Latinoamericano. Es miembro de la Asociación Española de Estudios Hebreos y Judíos. Ha colaborado como traductor en la Biblia Traducción Interconfesional y forma parte del equipo editorial de la revista DavarLogos. Es, a su vez, autor de diversos artículos sobre escritos bíblicos y literatura rabínica.