Ama y haz lo que quieras.
Agustín de Hipona
Una de las palabras hebreas que se utilizan en el Antiguo Testamento para “pecado” es jattah. Su sentido original es “errar el blanco”, “no dar en la diana”, “fallar el tiro”. Con este significado, por ejemplo, se usa en Jueces 20:16: “Había setecientos hombres escogidos […] los cuales tiraban una piedra con la honda a un cabello y no erraban [jattah]” (RVR95).
Es interesante cómo conocer el contexto y el origen de una palabra nos puede ayudar a no errar o fallar en nuestra interpretación de ella. Pecar es, pues, en su sentido original, errar el blanco. Ahora bien, ¿cuál es para ti el blanco al que apuntas en tu vida cristiana? Si tu blanco es la ley, es decir, si tu objetivo es cumplir perfectamente la ley, tendrás un pequeño problemita: ese era el mismo blanco al que apuntaban los fariseos y Jesús los llamó “ciegos guías de ciegos” (ver Mat. 15:12-14).
Intenta dar con una flecha en el blanco siendo ciego y verás que es, cuando menos, complicado. Bueno, vamos a decir la verdad: imposible. Si cumplir —o más bien intentar cumplir— la ley a la perfección, como hacían los fariseos o el joven rico, no es la clave para vivir sin pecado, entonces la ley no debe de ser el blanco al que Dios nos propone apuntar en nuestra vida cristiana, ¿no te parece una conclusión lógica?
Si queremos salir de la ceguera que supone vivir una vida centrada en el hacer y no en el ser, debemos apuntar adonde hay que apuntar: al amor, que solo puede venir de una auténtica relación con Dios. Por eso “el gran mandamiento de la ley”, en palabras del propio Jesús, es: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”. “Y el segundo es semejante: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’ ” (Mat. 22:37, 39, RVR95).
Como decía Agustín de Hipona: “Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor. Si tienes el amor arraigado en ti, ninguna otra cosa sino amor serán tus frutos”.
Lo más maravilloso de todo es que ese amor (el amor de Dios por ti, y el tuyo por él y por el prójimo) es la diana que mantendrá la flecha de tu vida en la dirección contraria al pecado. Es lo que te llevará a respetar realmente la ley. El amor ha de ser el verdadero motor de todo; en el amor se cumple perfectamente la ley.
“En el amor se cumple perfectamente la ley” (Rom. 13:8-10).