Jesús le contestó: ‘Hombre, ¿quién me puso por juez o partidor sobre ustedes?’
Lucas 12:14
Muchas personas ven a Dios como alguien todopoderoso que está en los cielos para ayudarlas a lograr sus deseos. Como piensan así, se acercan a él trayendo en su mente lo que, según ellos, Dios debería hacer para complacerlos.
Un hombre que pensaba así se atrevió, en medio de una multitud a la que Jesús instruía, a presentarle un problema muy personal, de carácter legal y económico, para que Jesús se pronunciara a su favor. La respuesta del Señor fue:
“¿Quién me ha puesto a mí sobre ustedes dos como juez?”. En otras palabras: “¿Desde cuándo tú decides lo que yo tengo que hacer en tu vida? ¿Con qué derecho pretendes usar mi poder para resolver tus problemas personales?”
En realidad, la forma en que este hombre abordó a Jesús fue descarada y egoísta. “Pensaba que el evangelio del reino no era más que un medio para favorecer sus propios intereses egoístas” (Comentario bíblico adventista, t. 5, p. 776).
Es evidente que no estaba escuchando a Jesús para ser transformado por las enseñanzas del Maestro, sino que solo le importaba su propia avaricia. Lamentablemente, hoy sigue habiendo personas que abordan su relación con Dios de esta misma manera. Suponen que lo que ellos desean (codician) es más importante que lo que Dios tiene reservado para ellos: el plan de la salvación.
No ruegan a Dios: reclaman; no oran a Dios: exigen; no agradecen a Dios: se quejan. Creen saber cómo debe hacer Dios su parte. ¿Eres tú una de esas personas que piensan así?
Con la respuesta que Jesús dio a este hombre también nos dejó en claro a nosotros que Dios no ha hecho ningún compromiso de cumplir nuestros deseos, ni de concedernos lo que le pidamos.
Su plan no consiste en complacernos, sino en salvarnos; no consiste en darnos lo que queremos, sino aquello que contribuya a que su voluntad de salvación se cumpla en nuestra vida. Dios quiere que lo veamos como lo que es: no una barita mágica o una lámpara de Aladino, sino nuestro Dios, Señor y Salvador.
La verdadera religión no consiste en acercarnos a Dios para que nos mantenga felices y complacidos las 24 horas del día, sino en acudir a él para pedirle que dirija nuestras vidas, guiándolas a través de todo tipo de circunstancias, de tal modo que se logre la salvación de las almas: la nuestra propia y la de todos sus hijos.