Aunque mi padre y mi madre me dejaran, el Señor me recibirá.
Salmo 27:10
En el retrato de Dios que nos presenta el versículo de hoy, puedo ver la seguridad del amor que el Padre celestial tiene por mí, al compararlo con el amor de unos padres terrenales. Parece una exageración, una verdadera situación extrema, pensar que un padre o una madre terrenales nos puedan dejar, pero eso puede suceder de diversas formas.
Yo soy dichoso de tener a mi madre conmigo y de contar con maravillosos recuerdos de momentos en los que ella ha estado ahí para acompañarme; sin embargo, mi padre me “dejó” hace años, en el sentido de que murió. Lo recuerdo como un hombre bueno, amable conmigo y que me dio muy buenos consejos. Cuando tuve mi propia familia y comencé a trabajar, él se llenaba de felicidad cada vez que le contaba algo bueno que me hubiera sucedido.
Pero ya no está, su vida terminó, me “dejó” en este mundo sin su aprecio, sin su ayuda y sin su poder de afirmación. Si tú, al igual que yo, has perdido por causa de la muerte a uno de tus padres, es bueno que recuerdes que un Dios vivo te recibe como hijo adoptivo, y que está dispuesto a llenar ese vacío con un amor sin fin.
También hay padres que, aunque no han muerto, están ausentes; han “dejado” a sus hijos sin su presencia física o emocional. Por eso a muchos les toca transitar solos el camino de la vida, la experiencia de la fe, el desafío de suplir sus propias necesidades y la delicada tarea de proponerse y proseguir metas que den un sentido de propósito a la vida. Si ese es tu caso, si tu padre o tu madre te “dejaron” en este sentido, recuerda que hay un Dios siempre presente, que te recoge y te guía con sus principios y su amor.
El énfasis del salmista no son los padres humanos que “dejan”, sino el Padre divino que “recoge” a los hijos que han sido abandonados, a los que sienten que están solos. Lo maravilloso de este retrato es lo inmenso que aparece aquí el amor de Dios. Es un amor seguro, sin posibilidad de que se agote o se dé por vencido. No hay circunstancia que haga que Dios nos deje de amar. Su amor es obstinado, indetenible, inexplicable. Es mucho más grande que el amor de nuestros padres.
Si somos capaces de amar a los padres que hemos tenido en este mundo, mucho más debemos amar al Padre que nos recoge y nunca nos abandona.