En mi desesperación oré, y el Señor me escuchó.
Salmo 34:6, NTV.
La comunicación está en crisis. Vivimos tiempos en los que mucha gente tiene algo que decir, pero nadie sabe o quiere escuchar. Hablamos para rebatir; hablamos para ganar una discusión; hablamos para que nos obedezcan; pero no conversamos. Conversar implica un cincuenta por ciento de hablar y un cincuenta por ciento de escuchar, por ambas partes.
En esto último, no estamos bien. Todo el mundo tiene algo que decir, algo que sugerir o de lo cual quejarse, y esa misma necesidad de expresar nuestras ideas y opiniones nos impide escuchar a los demás. Solo nos vemos a nosotros mismos.
Condicionadas por estas malas experiencias de comunicación, pocas personas encuentran atractiva la idea de hablar a Dios a través de la oración. Suponen que Dios está tan alto, que es tan perfecto y tan sabio, que no escucha a sencillos y ordinarios seres humanos. Otros solo claman a Dios cuando se encuentran en momentos de apuros. Su oración es más bien reactiva.
Es probable que quien la hace ni siquiera sepa a quién le está dirigiendo su clamor, o tal vez no tenga la seguridad de que haya alguien en el Cielo que escucha. Por eso es tan relevante el testimonio del salmista, que nos dice: “A mí, el Señor me escuchó”. Básicamente nos está diciendo: “Yo tampoco tengo nada que me recomiende ante Dios, no soy gran cosa.
Sin embargo, el Señor me escuchó. Si lo hizo conmigo, seguro lo hará contigo si acudes a él en oración”. ¿Sabes por qué? Porque los oídos del Señor están abiertos a nuestras oraciones (ver 1 Ped. 3:12). Sí, a las tuyas también.
Cuando buscas a Dios a través de la oración, él siempre escucha y responde. Esa respuesta puede darse de dos maneras: 1) Dios cambia las circunstancias; o 2) Dios te cambia a ti para que puedas soportar la prueba, que por alguna razón él permite que atravieses para que salgas al otro lado lleno de poder y de capacidad para la empatía.
Dios escucha la oración. Por eso, si quieres ser escuchado por Dios, debes orar, en vez de quejarte, criticar, opinar, maldecir o gritar. Dios no se ha comprometido a escuchar cuando haces estas cosas, pero cuando clamas en oración, con fe, humildad y obediencia, él ha empeñado el compromiso de escucharte. “Clama a mí, y te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces” (Jer. 33:3). Confía en esa promesa.
Si clamas a Dios en oración, si te diriges a él creyendo que te escucha y que puede ayudarte, él te oirá.