Todos han pecado y están lejos de la presencia gloriosa de Dios. Pero Dios, en su bondad y gratuitamente, los hace justos, mediante la liberación que realizó Cristo Jesús.
Romanos 3: 23, 24
Un mendigo que solía pasar frente al palacio del rey, un día vio un cartel en el que se anunciaba un grandioso banquete al que podían asistir todos los que fueran vestidos con ropa real. Sintió un deseo irresistible de asistir. Se armó de valor y se aproximó al guardia apostado a la puerta del palacio. Le hizo una petición:
— Señor, quisiera ver al rey.
— ¿Tú? ¿Para qué quieres ver a Su Majestad?
— Quisiera hablarle acerca del banquete.
El guardia lo hizo esperar un rato. Cuando volvió le dijo que el rey lo recibiría y lo hizo pasar al salón del trono. El rey le preguntó por el motivo de su visita. El mendigo solicitó ropa real vieja para poder asistir a la gran fiesta. El rey llamó a su hijo y le pidió que llevara al mendigo a sus habitaciones y lo vistiera con alguno de sus trajes reales. El mendigo estaba muy feliz.
— Ahora estás en condición de asistir al banquete real. Nunca más necesitarás otro traje, porque este te durará para siempre. A partir de ahora siempre pertenecerás a la familia real.
Cierto día, cuando el mendigo yacía moribundo en su lecho, el rey lo visitó. El anciano vio que en el rostro del rey aparecía una expresión de infinita tristeza cuando vio al atadito de harapos junto a la cama.
El anciano mendigo recordó que el príncipe le había dicho que de ese día en adelante pertenecería a la realeza, y comprendió que por aferrarse insensatamente a su atadito de ropa vieja y sucia había perdido toda una vida de legítima realeza. Lloró amargamente a causa de su necedad e incredulidad. Y el rey lloró con él.
¿No sucede a menudo lo mismo con nosotros? Somos como mendigos favorecidos por el Rey de reyes, él nos vistió con ropas de gala mediante la justicia de su Hijo. Pero muchas veces preferimos seguir vistiendo nuestros harapos sucios por el pecado antes que vivir a la altura de los ideales de nuestra nueva familia: la realeza celestial.
Hoy puedes aferrarte al manto de justicia de Jesús o a tu atadito de ropa vieja y sucia por el pecado. ¿Qué harás?