¿Acaso por órdenes tuyas vuela el gavilán, y tiende el vuelo para dirigirse al sur?
Job 39: 26, RVC.
Cierta mañana de otoño, un ornitólogo ascendió hasta la cima de un monte para observar cómo emigraban los gavilanes. Cuando estas aves deben volar hacia el sur para pasar el invierno, lo hacen siguiendo una cordillera para aprovechar las corrientes ascendentes de aire producidas por el desnivel del terreno. Al caer la tarde descienden sobre los valles y las laderas de los montes para pernoctar en los árboles y arbustos. El ornitólogo tuvo que llegar a la cumbre bien temprano para ver cómo se desperezaban y partían.
Los divisó aquí y allá, mientras ascendían cada vez más alto, dando vueltas en círculos con sus alas extendidas. Muy pronto alcanzaron la misma altura en la cual se encontraba, pero aun así parecía que no habían movido una sola pluma. Ahora sí los podía ver perfectamente. Por fin comenzaron a volar hacia el sur. Durante el vuelo, los gavilanes pueden alcanzar una velocidad de hasta ciento veinte kilómetros por hora.
Mientras el ornitólogo contemplaba esta maravillosa escena, se puso a meditar. Esos gavilanes dependían totalmente del sostén que les brindaba el aire. Demostraban la fe que tenían en el aire manteniendo sus alas extendidas para recibir todo su poder sustentador. Pero supongamos que uno de esos gavilanes se dijera: «Me resulta muy difícil mantener las alas desplegadas durante tanto tiempo. ¡Se me pueden acalambrar!» . Y supongamos también que decidiera plegarlas por un instante. Las consecuencias serían inmediatas: a menos que cambiara de idea, perdería la vida estrellándose contra el suelo.
Dios jamás nos abandona, somos nosotros los que plegamos las alas de nuestra fe y comenzamos a caer. Nos enfocamos en nuestros problemas, en vez de poner nuestra confianza en el poder de Dios. Tal fue el caso de Pedro, mientras caminaba sobre el mar. Cuando perdemos de vista a Jesús, las mismas aguas que hasta ahora habían sido un sendero seguro de transitar, llegan a ser nuestra tumba. Lo que cambió no fueron las circunstancias, sino en mano de quién está nuestra confianza.
Pero no todo está perdido, hoy puedes exclamar: «¡Señor, sálvame!» (Mateo 14: 30) y extender tus alas. El Señor extenderá su mano en tu auxilio y estarás seguro. ¿Quieres poner hoy tu confianza en las manos de El Salvador?