Bendice, alma mía a Jehová, […] el que sacia de bien tu boca de modo que te rejuvenezcas como el águila.
Salmo 103:5
Tal vez a ti, al igual que a mí, te pasó que la primera vez que leíste este versículo lo interpretaste como que el salmista estaba hablando del beneficio de los alimentos que Dios nos da cada día. Y es que estamos acostumbrados a relacionar automáticamente la boca con la comida.
Pero, si bien es cierto que Dios es quien nos da, por su misericordia, el pan de cada día, es importante tomar en cuenta que, en la Biblia, también se le atribuye un significado espiritual a lo que decimos con nuestra boca. Los Evangelios afirman que “de la abundancia del corazón habla la boca” (Luc. 6:45); por lo tanto, lo que dice la boca es un buen indicador de lo que hay en el corazón.
El salmista nos da a entender que Dios es el que sacia de bien nuestra boca. En otras palabras: Dios es quien hace que con nuestra boca podamos expresar cosas buenas. ¿Cómo lo hace? Transformándonos por dentro para que esto ocurra. La boca es apenas el medio para que el corazón se exprese; lo que Dios transforma es el corazón. El versículo 5 de este salmo nos está hablando de la obra de nuevo nacimiento y santificación que Dios hace en nosotros y por nosotros.
Él es quien nos “transforma por medio de la renovación de nuestro entendimiento, para que comprobemos cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Rom. 12:2). Al hacerlo así, nos convierte en personas de bien, que dan un buen testimonio con lo que hacen y con lo que dicen. De esta manera, resultamos rejuvenecidos como el águila, porque nacemos de nuevo. Quienes nos conocían antes y nos ven ahora dicen: “¡No puedo creerlo, es otra persona!” Y realmente lo somos.
Entender esto nos lleva a dar un poderoso testimonio de que no hay nada mejor ni más emocionante que Jesucristo, el cual no solo perdona nuestras maldades y nos saca del hoyo, sino además nos da una vida nueva, bendecida, fresca y rejuvenecida.
Nuestro Dios no viene a nuestra vida para remendarla o ponerle parches: él viene para hacer un cambio radical. “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas pasaron; todas son hechas nuevas” (2 Cor. 5:17).
¿De qué otra forma podríamos terminar esta reflexión de hoy si no es exclamando junto con David: “¡Bendice alma mía a Jehová!”?